Pincha y entra. ¡Hay que frenarlo!

domingo, 3 de noviembre de 2013

Entrega.



Después de haberme admitido en su cohorte de pretendientes, Miriam había empezado a rechazarme como candidato no válido.
─Eso da igual ─decía el señor Ibrahim─. El amor que sientes por ella, eso no te lo quita nadie. Te pertenece. Incluso aunque ella lo rechace, no puede cambiarlo. Lo único es que no se aprovecha de él. Lo que tú des, Momó, es tuyo para siempre. ¡Lo que te guardes, está perdido para siempre!


El señor Ibrahim y las flores del Corán.
Eric-Emmanuel Schmitt.


A menudo uno, cuando piensa en entregarse a una Ama, piensa en qué puede aportarle ella. O lo que es lo mismo, hasta qué punto va a merecer la pena ese esfuerzo. Esforzarse por ser válido para una Ama para que al final la relación no sea satisfactoria o para que ella no le dé a él lo que él esperaba, parece un mal negocio, una apuesta fallida. A menudo uno, cuando piensa en entregarse a una Ama, piensa en todos los esfuerzos como en un sacrificio que debe hacer para conseguir su premio. Hacer cosas que a uno pueden no gustarle para, al fin, conseguir lo que sí le gusta; el palo y la zanahoria.

Y a veces uno piensa si no será un error de base. Quizá la entrega no deba darse pensando en la correspondencia, sino en la propia entrega, porque al final, ¿en qué consiste ser sumiso? Evidentemente nadie entrega nada 100% gratis, todos esperamos una correspondencia, pero también es cierto que podemos esperar una correspondencia más o menos elevada. Yo puedo hacer algo por alguien esperando que, por ejemplo, me deje lamerle los pies (mmm, sí, lamer pies, me gusta...), pero puedo esperar algo más sencillo como una sonrisa (y sí, una sonrisa, cuando es abierta y honesta, también me gusta, incluso más que lamer pies). Y es que a menudo en nuestras relaciones humanas (BDSM o de cualquier otro tipo) nos acercamos a la otra persona con la idea mercantilista de «¿qué puedo sacar de esta persona?», en lugar de pensar en qué podemos aportar a esa persona, que no deja de ser, también, una forma de aportarnos a nosotros mismos, porque lo que compartimos es nuestro, lo que no compartimos lo perdemos.

A veces somos tan cabezones y tan egoístas que no nos damos cuenta de que la sumisión quizá sea eso, no un comercio de sentimientos, «te doy si me das», si no una entrega sincera «te doy porque quiero», «te doy porque te mereces que te den» (porque evidentemente no tiene sentido darle al primero que pase), y por qué no, «te doy porque al estar ahí, ya me estás dando».

Quizá se puedan cambiar las perspectivas de tantas cosas... Y empezar a hacerlo desde uno mismo para uno mismo, fundamentalmente. Porque sólo dándose a uno mismo la oportunidad que antes nunca se dio (la oportunidad de crecer, la oportunidad de dar por el placer de dar, la oportunidad de no marcarse metas, de ser lo que se quiere ser y como se quiere ser, de aprender por el placer de aprender y no como una obligación o una necesidad pesada y dolorosa, sino como algo que se disfruta...) puede uno empezar a disfrutar realmente de sí mismo y de lo que le gusta.

Quizá ahí esté el verdadero secreto de la sumisión y, por qué no decirlo, de la felicidad. Porque la felicidad no es hacer lo que se quiere, sino querer lo que se hace.



 
 Imagen: Dar

1 comentario:

  1. Buenas tardes, guau-guau,

    Creo q difilmente se puede explicar de forma más clara.

    Todo lo q escribes es así y me parece imposible que pudiera ser d otra forma.

    ResponderEliminar