Pincha y entra. ¡Hay que frenarlo!

lunes, 31 de diciembre de 2012

¿Quién se entrega más? Reflexiones ante una película, cuarenta errores y un par de aciertos.



¿Quién entrega más, el Dominante o el sumiso? Esa es la pregunta que nos hacíamos un grupo de personas amantes del BDSM, y además amigos, tras ver Historia de O juntos, tras la fabulosa escena final (no, no voy a relatar nada de la película, si alguien no la vio, yo no se la voy a despedazar). Como es normal, cada uno tenía su opinión, y supongo que el rol de cada uno, por un lado, y sus propias experiencias, por el otro, afectarían a la opinión que cada uno tenemos. Esta es la mía.

Yo soy un sumiso libre, no pertenezco aún a nadie, y lo cierto es que nunca pertenecí a nadie, por lo que supongo que muchos pensarán, quizá yo mismo, que no puedo hablar con propiedad de entrega, ya que no me entregué aún. Bueno, puede que sea verdad, puede que las cosas nunca sean ni blancas ni negras y que la entrega se pueda canalizar incluso sin una relación establecida. Puede que sólo esté diciendo tonterías. En todo caso, como tengo incontinencia verbo-digital y como el blog es mío, digo lo que digo, aunque la razón no me asista. Y como sumiso sé lo que estoy dispuesto a entregar y lo que realmente entrego, que no siempre coincide. Y creo que puedo intuir lo que puedo llegar a recibir de una Ama, y lo que recibí incluso sin necesidad de tener relación, a pesar de que no siempre lo supe valorar. Por ello, entiendo haya Amos que planteen que la entrega del sumiso es mayor que la del Amo, pues es el sumiso quien tiene que reconstruirse a sí mismo para adaptarse al Amo (como decía en la charla un Amo), así como entiendo, como decía una Ama, que los sumisos tendemos a ser egoístas, y a pensar muchas veces en nuestras meras pulsiones sexuales antes que en cualquier otra cosa. No quisiera generalizar y que algún sumiso airado me llenase de virus el blog, desde luego no quiero decir que los sumisos sean egoístas, sólo digo que, porcentualmente el 100% de los sumisos que están en este momento en mi cama (sí, actualizo el blog desde la cama) tienen una tendencia hacia el "egoísmo" bastante grande. Y entrecomillo lo de "egoísmo", porque, como todo (o casi) en esta vida, me parece relativo, ya que ese egoísmo sumisil no es otra cosa que un interés desmedido en la mera pulsión sexual, en ocasiones por encima de la relación o, incluso cuando esa relación pueda no existir, del sentimiento de sumisión en sí. En cristiano, sí, pensamos con la polla mucho más de lo que deberíamos. Lo que no quiere decir, en ningún momento, que nuestro interés sea únicamente sexual o morboso, ya que si nuestro interés fuese meramente sexual o morboso, satisfaceríamos esta pulsión con relativa facilidad, pues a riesgo de ofender a las Amas que puedan leerme (tendré que instalar un antivirus potente), será por tías que nos calienten el culo... Honestamente, y no quiero pecar ni de engreído ni de chulito de playa, ni soy un Adonis, pero creo que si simplemente quisiera que me calentasen el culo de vez en cuando, o jugasen en la distancia (móvil, chat, etc.) conmigo, tendría que buscar muy poco tiempo y tendría mis deseos cumplidos, pues igual que hay sumisos de los de pim pam, toma lacasitos (o, aquí te pillo, aquí te mato), también hay Amas (soy consciente que mucha gente entrecomilla sumisos y Amas, incluso hay quien le niega la mayuscula a la segunda, en estos casos, pero no seré yo, que aún no salí del huevo, quien señale quién es y quién no es de verdad). Pero, al contrario de lo que podemos transmitir muchas veces, no es eso lo que buscamos, no al menos lo que yo busco. Me gusta el morbo, me gusta jugar, pero eso, de por sí sólo, no me llena. Por lo tanto, puede que haya muchas veces un exceso en la atención que se presta a la pulsión sexual, pero de ninguna manera ése es el centro sobre el que gira mi interés por vivir el BDSM.



El egoísmo es algo natural en las personas, sumisos, Amos, swich, vainillas, mormones, acordeonistas... Pues todos queremos sentirnos bien, disfrutar, y, en definitiva, salirnos con la nuestra. Nos gusta que las cosas salgan a nuestro beneficio, o lo que es lo mismo, nos gusta lo que nos gusta (lo que viene siendo una perogrullada). Ahora bien, hay quien está dispuesto a pasar por encima de todo y de todos para hacer lo que le gusta y algunos prefieren (quedaría muy bien decir preferimos, pero que otros juzguen en qué saco me meten) cumplir con una serie de valores morales, del buen gusto o del saber estar. Hay quien, por ejemplo, para conseguir una sesión, o una relación, está dispuesto a mentir, y quien no (aunque creo que la mentira es de las pocas cosas de las que no nos libramos nadie, si alguien me dice que nunca miente, lo tendré por el mayor mentiroso).


Pero está claro que dentro de la naturalidad del egoísmo (así, en cursiva) y de la execrabilidad del egoísmo (así, en negrita, ese egoísmo malo de la gente que sólo piensa en primera persona), hay un egoísmo que es el más común, el más aceptable (por entendible) y a la vez el más condenable. El egoísmo de pensar primero en los sentimientos propios que en el de la otra persona. Efectivamente, eso es normal hasta cierto punto, si uno no mira por sí mismo, ¿quién lo va a hacer?, pero superados los límites de la propia seguridad emocional, se convierte en vampirismo emocional, "yo, mi, me, conmigo", y me da igual cómo te sientas tú. ¿Y quién pùede decir que no cayó, adrede o sin querer, en ese egoísmo?

Y si el egoísmo es, en cierto modo, inherente a las personas, no lo es menos la generosidad. La necesidad de que las personas hacia las que sentimos cosas buenas estén bien. No deja de ser, en muchas ocasiones, un sentimiento similar al egoísmo, pues a menudo lo que queremos es que estén bien, sí, pero que estén bien porque nosotros, que somos tan buenos, tan majos y tan puros, les hacemos sentir bien, y con ello nos sentimos bien nosotros y le damos cierto sentido a la vida (llevado a puntos extremos y dementes, no faltó quien, como aquel niño de Las cenizas de Ángela, quiso hacer todo el bien posible para poder ascender a los altares en forma de santo). Pero con todo, y como creo que la gente es buena (y con ello, además, me exculpo a mí mismo y me juzgo benevolentemente como buena persona), sí que creo que hay una generosidad que si no es pura, sí es, al menos, sincera. La necesidad de que alrededor de uno las cosas vayan bien, que a la gente que uno quiere todo le vaya bien... Aquello que te hace llorar cuando la gente que quieres llora, que te hace perder el sueño cuando la gente que quieres pierde el sueño y que te hace sonreír con los logros de la gente que quieres como si fueran tuyos propios.

Y, transmitido al BDSM, ¿quién es más generoso/egoísta, el Amo o el sumiso? ¿Quién da más? Creo que en toda relación humana, del tipo que sea, que sea sana, todas las partes implicadas han de dar y, en consecuencia, recibir. Así que no creo que el sumiso deba entregar más al Amo de lo que el Amo entrega al sumiso, y viceversa. Pero... Pero en todas las relaciones siempre hay uno que entrega más que el otro. En cada caso podrá ser uno o el otro, pero hay una serie de cosas que, en mi cortísima experiencia, pude observar (y lo dicho, mi experiencia es cortísima, yo tampoco me caracterizo por ser un tío especialmente espabilado, más bien me falta una patatina, y, además, cada uno puede estar o no de acuerdo conmigo). Pero hasta donde sé, el Dominante suele escrutar más al sumiso que el sumiso al Dominante, y un Amo suele conocer más de su sumiso que el sumiso de su Amo (en ocasiones aunque no sea ni su sumiso ni su Amo, pero esto ya da para otro post que, quizá, y sólo quizá, trate en otra ocasión). El sumiso puede exponerse a cosas difíciles por el Amo, puede superar aquellas pruebas que éste le pone, aguantar dolor, humillación, hacer trabajos... Todo esto supone una entrega que es digna de admiración, y que sin duda nos hace ver que un sumiso se entrega a su Amo (ahí donde se da), pero un Amo conoce (debe conocer) las limitaciones de su sumiso, de tal modo que no le ordena nada que no pueda ordenar (como el Rey que vivía en el asteroide que visitó el Principito, "un rey no puede ordenar a un general que se convierta en mariposa y vuele, si lo hace y el general no obedece, será culpa del rey, no del general"). Además el Amo conoce los miedos del sumiso, lo evalúa, lo escucha (creo que más de lo que el sumiso puede llegar a escuchar al Amo, y repito, que nadie me ponga víruses en el ordenador, porfa), y se convierte en un apoyo importante para el sumiso. El Amo tiene un deber mayor para el crecimiento del sumiso de lo que el sumiso tiene para el crecimiento del Amo, y eso es una responsabilidad enorme, tan grande que es la mayor muestra de generosidad y entrega (en un sentido amplio de la palabra), que creo que yo, como sumiso, nunca podré ofrecerle a una Ama.

Hace poco un grupo de personas bedesemeras estábamos de broma, enredando y haciendo coñas, y una Ama, una persona a la que tengo una particular querencia, me retó a darle un fustazo (hay que decir que en muchas ocasiones bromeo con cambiarme de rol para que los Dominantes no me hagan putadas, de ahí esta broma concreta). Como me había chinchado un rato acepté encantado el reto... Y le di un fustazo (no demasiado fuerte) con la mala suerte de que (falta de pericia) le di con la caña. No pasó absolutamente nada, no hubo ningún daño. Pero el sentimiento de malestar que tuve fue indescriptible. Creo que el sentimiento tiene que ser parecido al que tiene un padre cuando se le cae su hijo de las manos, aunque no le pase nada. Incluso ahora me siento mal al rememorarlo. Era sólo una broma, pero me asusté ante la posibilidad de haberle podido hacer daño. Y pensé en la de veces que un Amo tiene que someterse al peso de esta responsabilidad, y no sólo en la responsabilidad física que tiene sobre el sumiso, también en la psicológica, aún más grande. A mí me puede dar una vergüenza de muerte que, por ejemplo, una Ama me ordene arrodillarme en la calle (por decir un algo), pero yo, como sumiso, nunca voy a tener que soportar el peso de la responsabilidad, y desde luego, que se me quitaron las ganas de volver a jugar a darle un fustazo a alguien. Esa es la entrega, enorme, que un Amo da al sumiso.

Y sí, la mayoría de las veces pienso en lamer pies, recibir fustazos, que me limiten los orgasmos, etc., pero que alguien pueda llegar a estar dispuesta a preocuparse por mi crecimiento, a guiarme como sumiso (y en cierto modo, y con ello, como persona), a enseñarme cosas como no perder los papeles por mucho que me duela en el corazón un tema, a controlarme (otro día hablaré de este tema), a madurar... No hay juego bedesemero en el mundo que pueda cambiarse por esto. Pero uno tiende a pensar demasiado con la polla, y sólo a estas horas, cuando el sueño le vence y el cerebro consciente (que es salidorro, en mi caso) adormece y despierta el cerebro inconsciente (que en mi caso es reflexivo) cae en la cuenta de lo que es verdadera dominación y verdadera sumisión, y caigo así en la cuenta de qué es lo que busco de verdad.

Y sí, cualquiera (bueno, tampoco cualquiera, que tampoco es eso) puede azotarme, si cualquiera puede poner su bota para que se la lama o, incluso, cualquiera puede limitar mis masturbaciones, porque eso es morbo. Y además eso puedo encontrarlo con mucha facilidad en cualquier chat, en una ocasión, y por un mes, lo tuve, de hecho, y me gustaba, y me ponía, pero no era sumisión, porque no cualquiera puede entrar en mi mente y follarme la cabeza. Porque no cualquiera puede ayudarme a crecer, ni todo el mundo se toma la molestia de ayudarme a crecer, a pesar de no pertenecer a nadie, y, sobre todo, porque las cosas de verdad, las importantes, ni en el BDSM ni en ninguna faceta de la vida, salen de la polla.

¿Quién entrega más? Esa fue la pregunta, y esta mi respuesta, a esa pregunta y, creo, que a otras, que aunque no se pongan negro sobre blanco, ahí están para quien las vea.

Buenas noches y feliz año a todo el mundo.



miércoles, 19 de diciembre de 2012

Tu silencio.

Tu silencio me ensordece
en las tinieblas más oscuras.
Mi corazón enmudece,
tornando los sueños penumbras.

Mas bien sé yo que aquí estás.
Mas bien sé yo que en lo fosco
tú me observas, me miras
con tu juicio sensato, sereno.
Y cada acto, indulgente, juzgas,
con benevolencia que no merezco.

De miedo, al soñar contigo,
tiemblo.
Miedo a perderme en el camino.
Tiemblo
de miedo y frío, tan débil.
Entonces tu mano me arropa,
onírica, blanca, suave, pétrea.
Cubriendo con su fuerza etérea
mi pequeña, castrada, inválida,
y, en pago, entregada, postrada, tuya
sumisa voluntad.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

Caminar.

A veces es casi un lugar común decir que cada uno vive el BDSM como mejor quiere/puede, y que mientras lo haga sin hacerle mal a nadie, está bien. Evidentemente estoy de acuerdo con esta afirmación, aunque, también evidentemente, hay cosas que comparto y cosas que no, cosas que me agradan y cosas que no, incluso cosas que me desagradan y a las que me opongo, y del mismo modo que cada uno es libre de hacer lo que quiera, cada uno es libre de decir lo que opina al respecto. Más allá de eso, que cada uno haga de su capa un sayo. Supongo que esto podemos aplicarlo a todo, no sólo al BDSM.

En muchas ocasiones cuando uno manifiesta una opinión firme sobre algo, tiene miedo a meter la pata, sobremanera cuando no se es un conocedor experimentado, con lo que se hace necesario ser modesto. No creo que la modestia tenga que llegar al punto de no manifestar las opiniones, ni al punto de manifestarlas con esa actitud que adoptan algunos, que casi parece que pidan perdón por opinar. Creo que se puede ser consciente de las propias limitaciones y no por ello dejar de ser firme en la defensa de lo que se cree. Lo peor que puede pasar es que te equivoques, y si tienes miedo a equivocarte, mejor no salir de tu casa. Eso no quiere decir que haya que ser prepotente y creerse en la posesión de la verdad absoluta, que no tenemos nadie, ni los neófitos ni los expertos (que alguien lleve 20 años practicando BDSM no quiere decir que lleve 20 años haciéndolo bien, por lo que el argumento de "llevo muchos años", en el BDSM como en otros aspectos de la vida me genera mucho rechazo).

Dicen que uno empieza a aprender cuando se hace consciente de lo poco que sabe. En ese caso, debo alegrarme, porque cada vez soy más consciente de lo poco que sé. Decir esto también es un lugar común, y es común oírlo/leerlo a gente que realmente no sabe tan poco (no sé si en un ejercicio de modestia o de afán de superación, o quizá ambas cosas). No es mi caso. Realmente últimamente me doy cuenta de lo poco que sé, y eso es bueno, porque me ayuda a aprender. Pero también soy consciente de que no aprendo a la velocidad esperable, y eso es malo. Y también me hago consciente de aquellos fallos que quizá no tuvieron consecuencias en su momento, pero acomulandose un fallo encima de otro, llegaron a tener unas consecuencias de las que ahora me lamento, dándome golpes de pecho lastimosos.



El mejor camino para avanzar no es lamentarse de las consecuencias de los fallos, sino lamentarse de los fallos, con indiferencia de cuáles sean las consecuencias. Uno debería lamentarse de los fallos incluso cuando éstos no tienen consecuencias. Por un lado no suele pasar que los fallos no tengan consecuencias, y por otro lado tampoco suele pasar que nos lamentemos de los fallos en lugar de lamentarnos de las consecuencias. Eso es algo que estoy poco a poco aprendiendo. Aprendiendo que el problema de hacerlo mal no es que los demás se den cuenta de que lo haces mal (sobre todo algunos demás, porque lo que piensen los demás no nos importa lo mismo según a quién nos refiramos), sino hacerlo mal. Del mismo modo, por mucho que nos guste que los demás se den cuenta de cuando hacemos las cosas bien (¿a quién le disgusta que le den una palmadita?), a veces nos cuesta alegrarnos de hacer las cosas bien por el mero hecho de hacerlas bien. Esto es, cuando haces algo bien y nadie se da cuenta, no piensas en lo que hiciste bien, sino en que nadie se da cuenta.

¿Estoy haciendo las cosas bien o mal? ¡Bufff! No sabría decirlo, y tampoco mi exhibicionismo emocional llega hasta ese punto.

En cualquier caso, estoy contento, contento de ir conociendo mis limitaciones, ¿qué mejor manera de empezar a superarlas? Contento de ir conociendo mis fallos, para intentar remendarlos, de ir teniendo miedos nuevos, y superándolos, de ir teniendo cada día más claro de lo que quiero. Sí, estoy lejos de conseguirlo, y eso me causaba desasosiego, pero quizá el fallo fue haber pensado que estaba más cerca y que era más fácil. Estoy lejos, pero creo que no me estoy alejando (como llegué a pensar), sino que según camino, me voy dando cuenta de que el viaje que parecía corto, va a resultar largo. ¿De qué sirve quejarse de que los viajes son largos? ¿No tiene más sentido aprovechar que el viaje es largo para disfrutarlo? Disfrutar de lo que aprendes, de lo que consigues, y sí, de las veces que te caes, que te haces daño, de eso también disfruto, porque disfruto de levantarme, disfruto de sobreponerme, y disfruto de seguir aquí, a pesar de las muchas veces que pensé que acabaría tirando la toalla, a pesar de las muchas veces que, de algún modo, llegué a tirarla. Porque pase lo que pase, tropiece las veces que tropiece, merece la pena seguir, porque ¿cómo iba a dejar de hacer lo que siento tan dentro?



jueves, 22 de noviembre de 2012

Sobre la sexualidad BDSM y la subcultura que produce.

Todas las sociedades y las culturas se desarrollan en entornos determinados, y en contextos históricos determinados. Por ejemplo, la Revolución Francesa no se había dado sin un ascenso previo de la burguesía, que tiene su origen en el crecimiento de las ciudades. Estos burgueses se convierten en una clase social cada vez más importante y optan por desbancar del poder a los nobles (en Francia, en otros estados los desarrollos serían distintos, también debido a las circunstancias concretas de cada lugar). Lo mismo le pasa a la socialización de la sexualidad. La sexualidad es algo natural, es decir, todos (o casi todos, otro día podríamos hablar de la asexualidad y las personas asexuales) tenemos pulsiones sexuales que dirigimos hacia determinadas personas (animales o cosas) y hacia determinadas situaciones. Así, las personas de todas las épocas y de todos los lugares del mundo sienten, indistintamente de cuál sea su cultura y su sociedad, deseos de mantener relaciones sexuales (en el sentido más amplio que podamos imaginar, no sólo coital).

Así, podemos determinar que la sexualidad es algo natural, porque es para todos, indistintamente de nuestra sociedad, cultura, momento histórico... Pero hay elementos culturales, ya en la Prehistoria nos encontramos con un ser humano que no sólo se relaciona sexualmente para procrear, ni siquiera para satisfacer una pulsión, sino también para entablar relaciones. Esto es común a otros primates, y nos encontramos con chimpacés hembra que, por ejemplo, ejercen la prostitución, dando sexo a cambio de comida a los machos dominantes.

De este modo, la sexualidad es algo cultural, hasta el punto que las distintas culturas llegan a desarrollar distintos métodos de cópula. Así, los nativos polinesios se sorprendían de la forma de copular de los misioneros europeos (de ahí, la postura del misionero). Desde luego, a la hora de socializar la sexualidad, hay unos patrones de cultura, y las relaciones homosexuales que los antiguos griegos veían con naturalidad (y que normalmente se daban entre varones de distinta edad, maestro y alumno), los cristianos lo vieron como algo deplorable. Con todo podemos decir que la homosexualidad no es un producto cultural, en cuanto que se da en todos los territorios del mundo y en todas las épocas, esto es, en todas las sociedades (por mucho que Ahmadineyad diga que en Irán no). Pero... ¿Qué pasa con el BDSM?



Está claro que el BDSM, tal como lo entendemos hoy, constituye una subcultura, con sus roles, sus protocolos (todas las culturas y subculturas tienen protocolos, que no son otra cosa que normas de educación aceptadas por determinada colectividad). Esta subcultura no deja de verse englobada dentro de la cultura occidental (una subcultura siempre forma parte de una cultura, que llamaré supracultura para diferenciarlas mejor), que en nuestro caso se caracteriza por el liberalismo en lo económico y lo democrático en lo político. No en vano, el BDSM, tal como lo entendemos nosotros, no escapa a los valores de libertad e igualdad establecidos por la Revolución Francesa,  y que tendemos a asumir como lo natural, pero que es el fruto de un producto político e histórico determinado, por lo que no entendemos que nadie someta a otra persona contra su voluntad, como no entendemos que este sometimiento como algo derivado de la raza, la cultura, la condición social (a pesar de que en la literatura los Dominantes están siempre forrados y los sumisos son probetones) o, en los tiempos igualitarios respecto al género, por el género que tengamos (a pesar de que no se puede negar la existencia de discursos supremacistas femeninos o masculinos dentro del BDSM).

Como no podía ser de otra manera, el liberalismo económico forma parte del BDSM occidental en tanto que surgen locales de ocio vinculados al BDSM, BDSM profesionalizado, un mercado en torno al BDSM y sus juguetes... En definitiva, las relaciones capitalistas que ya vivimos en nuestras vidas vainilla y que tenemos más que asumidas (por lo que no estoy, ahora, queriendo abrir un debate sobre las formas de socializar y relacionarse en las sociedades capitalistas). Con todo, sabemos que el BDSM, como movimiento, es algo que surge a mediados/finales del s. XX, pero que los sentimientos no son propios de esta época histórica y de esta sociedad (marcada por la XX Guerra Mundial y la Guerra Fría), sino que son anteriores. Ya en la época victoriana nos encontramos con prácticas bedesemeras, como el facesitting, o nos encotramos en el XIX con la voluntad de Masoch de verse sometido ante una Venus implacable cubierta de pieles, por lo que no es nuestra época la madre del BDSM.



Ahora bien, entendiendo que no podemos aplicar la idea de prácticas consensuadas a determinadas épocas, porque evidentemente el Amo que en el s. XVIII sometía a su esclava en Tenessee, podría disfrutar sexualmente de ello, pero ella no necesariamente (en cualquier caso, nadie le preguntaba, a nadie le importaba, y no estamos ante episodios de BDSM, sino de violación), y evidentemente el patricio que sodomizaba a su esclavo romano, en la antigua Roma, tampoco se importaba por los deseos del esclavo. Así, cuesta mucho hablar de BDSM en situaciones en las que la violencia está al orden del día, y donde, por lo tanto, es muy difícil fijar el límite de lo consensuado e, incluso, del disfrute. Porque así como podemos entender que nos hayamos ante homosexualidad en el momento que una persona se siente atraída por otro de su mismo sexo, no podemos entender que nos hayamos ante sadismo (en el sentido que nosotros le damos) o ante dominación, en el momento que una persona disfruta de hacer daño físicamente a otra, o de dominarla. Además, es realmente difícil entender si ese disfrute es sexual o no (más allá de que sea lícito, de lo que pretendo divagar no es tanto de las relaciones lícitas en BDSM y lo que no es lícito, violaciones, etc., como el sentimiento o la pulsión que siente la persona que desea realizar determinada práctica).

Es decir, la violencia contra las mujeres en Afganistán forma parte de una supracultura violenta hacia las mujeres, no se la subcultura del maledom. Pero... ¿Y si un afgano (independientemente de que acepte de mayor o menor grado la supracultura en la que vive) es Dominante? ¿En qué punto podemos diferenciar el deseo de dominar por el contexto de la supracultura afgana o en la lógica de la subcultura BDSM?

En ese sentido, ¿existe BDSM fuera de las sociedades liberales occidentales? Podríamos decir que sí, que en Japón hay BDSM. Y en efecto es así, pero no podemos obviar que Japón es una sociedad muy occidentalizada. También encontramos en países árabes (algunos islámicos) indicios de BDSM, y, muy curiosamente, de femdom (¡en mujeres y en hombres que desean ser dominados!). En este mundo globalizado sería muy difícil analizar hasta qué punto este desarrollo de la subcultura femdom forma parte de una occidentalización de la supracultura local o mana der ella misma.

En ese sentido, hace poco que leí un artículo en Cuadernos BDSM (nº 4, p. 10) sobre una posible tendencia bedesemera, ni más ni menos que en la Prehistoria, y en otro número se hablaba de las representaciones de Aristóteles cabalgado, representaciones que nada tienen que ver con un hipotético gusto de Aristóteles por ser un ponyboy, sino con la ridiculización que en él buscaban los cristianos medievales, críticos con su filosofía que atentaba contra determinados principios bíblicos (recomendable, La dama de la rosa). Como decía mi profesor de Prehistoria, cuando en Prehistoria algo no se sabe explicar, siempre se dice "eran creencias espirituales", sin atender a nada más. Él ejemplificaba con los enterramientos de personas en posición fetal, que a veces se explican como un "volver a la madre tierra", cuando se puede explicar de un modo más pragmático, pues en posición fetal hay que cabar menos que estirado para enterrar a una persona. La cuestión es que en el artículo al que me refiero se trataba de venus (figurillas paleolíticas que representan cuerpos de mujer) que presentaban adornos alrededor de los pechos y del cuello que sugerían bondage de los que hoy conocemos. Realmente las imágenes sí resultan sugerentes, pero como el mismo autor plantea, no son determinantes. La pregunta está clara, ¿existieron no ya en épocas prehistóricas, sino antiguas o medievales relaciones D/s que no fuesen meras relaciones de dominación-opresión? ¿Cómo diferenciamos en determinadas sociedades una cosa de la otra (habida cuenta de que el BDSM como lo podemos entender nosotros se basa en un concepto de la libertad propio de la civilización occidental?



La cosa parece una tontería, pero quizá podría valirnos para definir con más precisión el BDSM como una tendencia sexual universal (en espacio y en tiempo, como lo son la heterosexualidad o la homosexualidad), o como una tendencia derivada de una cultura determinada (como lo son la poligamia o la monogamia, que existen en unas culturas sí, en otras no, y que además, en ambos casos, se consituyen como supracultura, no como subcultura). De ahí podríamos concluir la naturalidad (perdonadme si resultan términos muy maximalistas o esencialistas, nada más lejos de mi intención) o la culturalidad del BDSM.



¿Podemos presuponer, con todo, que es natural en cuanto a que nadie, desde la supracultura, nos induce a ello y que es cultural en la medida que se desarrolla a través de unas relaciones construídas a tal efecto (protocolos, normas ético-morales, etc.)? Probablemente. ¿Que esta disertación es una paja mental sin ningún interés práctico? A priori, y mirándolo desde una perspectiva inmediata y exclusivamene BDSM, en efecto, es una paja mental. Quizá mirándolo desde otros intereses (en los que no voy a entrar aquí), la cuestión sería más difícil de analizar (de ahí mi preocupación, relativa, por el tema).

Sea como fuere, lo que sí que creo con rotundidad es que la sexualidad se construye, en lo íntimo y en lo social, y a nosotros nos corresponde cómo construir un BDSM que vaya acorde con nuestra forma de entender la vida.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Hay veces que las cosas no salen como estaban previstas, y eso, en principio, parece malo. Este sábado tenía previsto asistir a la fiesta de aniversario del Triskel del Norte, pero la fiesta se vio aplazada por un pequeño problemilla (ver aquí) hasta el 24 de noviembre (aprovecho para decir que aún estáis a tiempos, rezagados, de apuntaros). Así que uno se queda sin plan... O no. Así que un grupo de amigos quedamos para cenar y no dejar que una mala noticia, el aplazamiento de la fiesta, nos arruinase el día.

Una cena sencilla entre cuatro amigos sin roles, nada, en principio, del otro jueves. Con una pequeña excursión previa, eso sí, y una serie de debates casi casi teológicos (y es que somos polifacéticos). Pero como suele pasar, lo que parece una cosa sencilla, no tiene por qué serlo, o no tiene por qué vivirse como algo sin importancia. Más allá de la importancia infinita que tiene pasarlo bien con la gente a la que aprecias y quieres, la importancia de tener la oportunidad de hablar de determinados temas que te hacen crecer, la oportunidad de recibir consejos y tirones de orejas cariñosos que te ayudan a crecer, y descubrir, una vez más, dónde metes la pata (ahora queda solucionarlo, ver veremos), y esos momentos sutiles que te permiten conocer mejor a las personas, no son para nada pequeñeces ni situaciones insignificantes.

Y es que a veces los pequeños momentos son grandes momentos, para conocer a los demás, sí, pero también para conocerse a uno mismo. Para conocer tus reacciones y para ver cómo, observándote a ti mismo, conociéndote, las reacciones van cambiando y haciéndose más racionales, incluso más placenteras, y ver cómo las cosas que antes a uno le dolían escuchar, porque no le gustaban, ahora le gusta escucharlas, porque le ayudan a crecer.

Sin duda hay mucho camino por delante. Sin duda me queda muchísimo para conocerme a mí mismo, para comprenderme y para construírme y que el resultado sea el que quiero. No sé cuánto tiempo puede llevarme, probablemente años, porque uno siempre se está construyendo, y realmente es un crecimiento que nunca debería detenerse. No es fácil, pero quizá deba comprender que el hecho de ser difícil no convierte el esfuerzo en un esfuerzo penoso, doloroso. Lo difícil también puede ser placentero, un reto a superar, un esfuerzo feliz, que nos hace sentirnos felices por el mero hecho de esforzarnos. Quizá esta visión se corresponda más con un deseo que con una realidad, pero la realidad se construye en base a los deseos, y en base a un esfuerzo nuevo, que nunca conocí. Quizá sea la hora de estender las alas y volar hacia uno mismo, construírse como sumiso de una vez por todas.

¿Será poca cosa una cena entre amigos? Me parece que no.





Y es que además, como se puede intuir en la foto, lo pasamos en grande ;)

viernes, 26 de octubre de 2012

Muñeca de porcelana.

A una buena amiga que, por distintas razones, se vio apartada del BDSM contra su voluntad.




Mil veces se rompió,
muñeca de porcelana,
tu alma desgarrada
que el mundo no entendió.

Mil veces recompusiste,
triste paloma galana
los pedazos de un corazón
derramado en la solana.
Mil veces te levantaste
del sueño de tu panteón.

No siendo hoy, paloma,
que tus alas no alzaron vuelo,
no siendo hoy, muñeca.
Reventaron pedazos en el suelo.

De mis ojos brotaron
lágrimas de blanca porcelana.
Ya mis tripas sangraron
silencios mudos, desesperanza.

Mil veces te recompusiste,
puzzle complejo, incompleto.
Mil veces te rompiste.
Hoy quedó el cielo muerto.

Y mis ojos secos,
secos mis ojos,
te vieron marcharte.
Sin poder despedirte.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Egoísmo.

Siempre oí a los Amos hablar del egoísmo de los sumisos. Siempre oí decir que los sumisos pensaban muchas veces más en sí, que en los Amos. Y siempre pensé que no era así, que esa era la visión de los Amos porque de alguna forma todos tendemos a tener una visión indulgente con nosotros mismos, pero no tanto con los demás.

Pero a veces pienso, pienso, pienso... Y cuando pienso mucho, se me sobrecalienta la cabeza, porque muchas veces pensar mucho no es inteligente, y porque no todos los pensamientos son constructivos. Y es cierto que un sumiso puede llegar a ser muy egoísta. Seguramente sin malas intenciones, seguramente con la sincera intención de entregarse al máximo... Y sucede que, como sumiso, la máxima aspiración es la entrega, pero se corre el riesgo de entrar en un círculo vicioso y considerar que la entrega es lo que se entrega. Como parece un trabalenguas, me explico.

¿Por qué se entrega un sumiso? Porque siente esa necesidad (no voy a teorizar por qué siente esa necesidad, porque es algo que me superaría). Vale, hasta ahí bien, pero... ¿Qué es lo que entrega un sumiso? Porque para entregarme tendré que saber qué estoy entregando. Respuesta fácil, se entrega a sí mismo, como posesión. Muy bonito, podríamos usarlo para escribir un poema o un bolero. Pero como por mucho que yo me entregue, no estoy abierto a que me descuarticen a hachazos, tenemos que replantear qué queremos decir que nos entregamos a nosotros mismos, en cuerpo y alma... porque la práctica es otra cosa. Entregamos parte de nuestra voluntad, de nuestra autonomía, bien, pero ¿es eso todo? ¿Toda la entrega que hago es aceptar órdenes? Entregamos un sentimiento. Bien, muy bonito también, ¿a cuánto está el kilo de sentimiento? Quiero decir, evidentemente los sentimientos son lo más importante en el BDSM y en la vida, eso no lo voy a descutir, pero hablar de entregar algo intangible, es un poco tramposo, porque yo me puedo entregar al cien por cien en sentimiento, pero después no hacer ningún esfuerzo, entonces, ¿dónde quedó ese sentimiento?

Y para responder a la pregunta de qué entrega un sumiso, quizá tengamos que responder a la pregunta inicial, por qué se entrega un sumiso, o mejor dicho, para qué. En foros, chats, blogs, espacios masturbatorios varios (como éste mismo) uno suele leer de los sumisos (me voy a centrar en los sumisos varones y en las Amas mujeres) que quieren que su Ama tenga la vida más cómoda. Hacerle la vida más cómoda y grata a su Ama es el principal objetivo del sumiso. ¿Es eso cierto? Sí y no. Quiero decir, más allá de los pajilleros que uno pueda encontrar en la red, los sumisos sí que creo que queremos hacerles la vida más cómoda a las Amas, más grata. Por eso estamos dispuestos a ir a la Conchinchina a buscar eso que necesitan y que les da por el saquete ir a buscar, por eso deseamos llevarles el desayuno a la cama y, si es necesario, hacerles los baños. Pero los sumisos olvidamos, por lo que veo por la red y por lo que veo en mí mismo, con demasiada facilidad que las Amas son mujeres integrales, es decir, que además de Amas son personas. Y que sí, que está muy bien ir a la Conchincina, hacerles los baños... Pero tienen más necesidades, además de las derivadas del BDSM. Y no solemos darnos cuenta porque solemos estar demasiado ocupados mirándonos al ombligo. Solemos estar demasiado ocupados autoconvenciéndonos (y convenciéndolas a ellas) de lo buenos sumisos que somos, para ver que detrás del BDSM hay vida.

Y esto es así, a menudo (y entiendo que habrá sumisos que no se sientan identificados con lo que escribo, e incluso los habrá que no se ajusten a lo que digo) aunque conozcamos los intereses y las preocupaciones personales de la otra persona. Las ansias por ser buenos sumisos nos hacen olvidar, a veces, que es más importante ser buenas personas. El de sumisión es un sentimiento muy fuerte, cuando uno quiere ser sumiso de alguien, hay un sentimiento que le ata las entrañas y le aprieta hasta hacerle sangrar, porque las entrañas se remueven ante este sentimiento. Y precisamente por eso cuando uno quiere entregarse a alguien, no puede quedarse nada más en las vivencias BDSM, tiene que recordar que esa otra persona tiene otras preocupaciones que pueden hacerle sentirse mal. Tiene que recordar que son más los problemas, y tener la paciencia necesaria (que tampoco es tanta) para no anteponerse él mismo a todo lo demás. Porque sí, los sumisos, o al menos este sumiso, cree con demasiada frecuencia que es el centro del Universo, y en consecuencia, tiene una traba muy grande, mucho, para hacer que la persona a la que quiere entregarse tenga una vida más fácil. Más bien lo contrario, se la complica. 

Por eso no basta con querer cambiar, con querer ser buen sumiso, buen amigo, buena persona. Hay que hacerlo.

martes, 23 de octubre de 2012

ETS.

Hace algún tiempo un amigo mío que participa en movimientos LGTB me decía que en su asociación se iban a los cuartos oscuros a repartir preservativos a la gente que entraba y que, obviamente, tenía pensado mantener relaciones sexuales. En cambio, al contrario de lo que pueda parecer, mucha gente rechazaba el preservativo y se exponía a mantener relaciones sexuales con auténticos desconocidos sin precaución alguna. El colectivo LGTB fue, históricamente, uno de los primeros y de los más afectados por la Enfermedad de Transmisión Sexual (ETS) que mejor conocemos, el VIH-SIDA, y en consecuencia fue el colectivo que más se preparó para convatir la pandemia. Las organizaciones LGTB se esforzaron desde los 80 en concienciar a su colectivo de los peligros de mantener relaciones sexuales sin protección, y aún así, después de haber bajado el número de homosexuales varones (uno de los colectivos más afectados, dentro del colectivo LGTB), y, por el contrario, tener más infecciones en la población heterosexual, hoy el colectivo LGTB (más particularmente los varones homosexuales) volvieron a ser un colectivo de riesgo. Honestamente, a día de hoy no sé cual es la situación, ni tampoco pretendo aquí hacer un estudio (no lo es, no tengo ni los datos, ni la formación, ni la capacidad para sacar conclusiones) sobre los distintos grupos afectados por el sida.

Donde quiero llegar es a que este colectivo hizo y sigue haciendo un esfuerzo enorme por combatir las ETS. ¿Y qué pasa con el colectivo BDSM (ya sea homo o hetero)? No podemos negar que en la comunidad BDSM se hicieron y se hacen esfuerzos para combatir el sida y otras enfermedades de transmisión sexual. Con todo, es cierto que quizá muchos de los que practicamos o vivimos el BDSM no conocemos ciertos riesgos añadidos de nuestras prácticas (yo el primero).

No pretende este post ser un relatorio de prácticas de especial riesgo, porque yo no soy, por un lado, conocedor de muchísimas de las prácticas BDSM, ni por otro lado soy un gran conocedor del modo de infección de muchas ETS. Bien, más o menos todos sabemos que el principal modo de contagio es el coito vaginal o anal. Ahí, poco podemos añadir con respecto al sexo vainilla, gomita. También gomita en los juguetes (especialmente si se comparten entre varias personas), evidentemente no puedes sodomizar a un sumiso con un strapon y después pretender sodomizar a otro con el mismo. Otra vía de contagio evidente son las agujas. Evidentemente, las agujas jamás se comparten, y siempre se usa material esterilizado, preferiblemente a estrenar.

Pero no sólo de las formas "evidentes" nos podemos contagiar, pensad también en que tras una sesión de spank pueden darse llagas, o pequeñas heridas con pequeñas derramaciones de sangre, o que lo mismo puede pasar con una sesión de bondage, en el que la cuerda podría hacer un pequeño corte en la persona atada.

Por otro lado, no cuesta nada, nada, hacerse periódicamente las pruebas del VIH. Es verdad que a lo mejor no todo el mundo goza de la confidencialidad necesaria para ir al médico y hacérselas (yo me las hice en una ocasión, y tuve la suerte de poder ir con un familiar, sin mayor problema, sin necesidad de ocultar que quería hacérmelas, pero no todo el mundo tiene esa suerte). Pero recordar que hay muchas asociaciones que pueden aconsejaros del mejor modo de hacerlo, por ejemplo en la web http://www.infosida.es/ . En algún lugar leí que una de las formas más confidenciales de hacer las pruebas del sida es haciéndose donante de sangre, con lo que además ayudas a gente que realmente lo necesita (yo hace años que lo soy, y después de cada donación me mandan los resultados, y no tienes necesidad de explicar por qué te haces las pruebas del sida, ya que las hacen ellos por norma).

Creo que todos los riesgos que se corran tienen que ser asumidos, y no hay necesidad de correr un riesgo porque sí. Personalente, si un Ama me obliga a comer el semen de otra persona, no lo haré a no ser que tenga un certificado médico reciente (cuidado con esto, de un mes para otro una persona se puede infectar) que me garantice que no estoy poniendo en peligro mi salud, pues aunque el riesgo es menor que por vía vaginal o anal, el sexo oral también supone un riesgo.

Sencillamente es cosa de quererse un poco todos. Informarse y hacer las cosas medianamente bien. Creo que merece la pena.



viernes, 19 de octubre de 2012

Normalidad, "porque hay muchos tipos de perros".

Un debate que muy a menudo me encuentro en foros, chats, reuniones... es el debate sobre la visibilización del BDSM, y de nosotros, como practicantes de BDSM (aunque más que una práctica es una vivencia) en el conjunto de la sociedad. Hay gente que plantea que hay que vivir el BDSM públicamente, como pasa con las orientaciones sexuales (no obstante, en la comunidad LGTB, por ejemplo, ese es también un debate eterno, y mucha gente sigue defendiendo vivir en el armario). Otra gente lo que defiende es justo todo lo contrario, que hay que ser cauto, no compartir a la ligera una forma de vida que es aún incomprendida y con la que nos pueden hacer mucho daño.

Como siempre, creo que las ideas que a menudo aparecen como opuestas, muchas veces no son tan opuestas, y del mismo modo que no hablo de otros aspectos de mi sexualidad, ni de mi privacidad no sexual, en la cola de la carnicería, no lo hago con el BDSM, pero del mismo modo que con amigos y gente querida sí puedo hablar de mis cosas íntimas, ¿por qué no de BDSM? Con todo, eso es así a medias. Realmente no le cuento a mis amigos que practico BDSM, como sí les puedo contar otros aspectos de mi sexualidad. Porque en el fondo siempre existe el miedo a que no lo entiendan, existe el miedo a que no sean capaces de entender lo que nosotros mismos estamos convencidos que es dificilísimo de entender, pues quizá a nosotros mismos nos costó entenderlo y aceptarlo.



Llevo muy poco tiempo viviendo el BDSM, pero dentro de este poco tiempo, llevo bastante queriendo salir del armario, al menos en determinados entornos. A veces, cuando hablo de que quiero salir del armario temo que haya gente que piense en ello como en un ejercicio de exhibicionismo emocional. No, no se trata de eso, ni creo que el exhibicionismo moral sea sano (aunque no estoy yo para dar lecciones a nadie). No encuentro ningún interés en salir a la calle gritando "SOY SUMISO, SOY SUMISO", y tocando el chiflo del afilador, del mismo modo que no salgo a la calle gritando "AYER ECHÉ UN POLVO", o cualquier otra cosa, pero sí que encuentro mucho atractivo en estar con los amigos, y del mismo modo que puedo comentar "pues me gustaría  acostarme con Menganita", poder comentar "pues me gustaría que Menganita me pusiese el culo como un tomate". O del mismo modo que alguien entra por la puerta y te dice, "mira, aquí está mi novia", que alguien entre por la puerta y pueda decir "mira, aquí está mi Ama". Lo que viene siendo, normalidad. Pero lo cierto es que no vivimos en esa situación, y por más que presumamos de vivir en una sociedad tolerante, vivimos en una sociedad donde aún es posible encontrar una pareja homosexual por la calle que, al saber que son vistos, se sueltan de la mano rápidamente y disimulan. Estamos muy muy lejos de poder encontrar, no digo ya una persona paseando con correa a otra, sino de poder manifestar públicamente nuestra opción sexual.

Con todo, creo en el concepto de activismo BDSM (que sé que muchos cuestionan, y que muchos de los que leéis este blog, gracias por hacerlo, por cierto, cuestionáis), y creo que para que algún día llegue que la gente pueda hacer pública con naturalidad su opción sexual, hay que trabajar duro.

Hablando de eso, en algún post, algunas personas me comentaron que ellas ya hacían su vida BDSM pública en su entorno (supongo que eso ya depende del entorno de cada uno), y que no tenían problema. Y aunque en aquel momento yo lo cuestioné, hoy me tengo que corregir, al menos parcialmente. Hace mucho tiempo (dentro del poco tiempo que llevo en el mundo BDSM) que quería salir del armario, y empezar a hacer normal lo que tendría que ser normal. Por ello, ayer hablé con un amigo que es para mí como un hermano (ya anteriormente había hablado con una amiga, que también es una hermana para mí, y con un par de amigos de esos que también te dejan una huella profunda en el corazón). La cosa es que la conversación de ayer me sirvió para entender un par de cosas sobre el BDSM, y es muy curioso que esas cosas me las explicase alguien que no conocía nada de BDSM, sólo lo que pudo ver en un reportaje sobre ponyboys.

Las veces que le conté a alguien mi identidad sumisa, siempre di por hecho que lo más físico (los azotes, la humillación, los fustazos, pinzas...) sería más fácil de entender, porque al fin, no es más que una práctica sexual. Pero lo emocional, la entrega, la sumisión... sería más difícil de entender (quizá fue más difícil de asimilar para mí), puesto que se supone que, en el mundo vainilla, aspiramos a relaciones igualitarias entre hombres y mujeres. Hablando de ello con mi amigo, me dijo algo muy muy curioso. Que en el reportaje que vio sobre ponyboys, salía una dómina explicando que el sentimiento que siente por su sumiso, es el que una amazona puede sentir por su caballo. Más allá de lo literario de la referencia, me pareció interesante la comparación. Él decía que entendía el sentimiento, en la medida de que él le tenía mucho cariño a su perro, por ejemplo. A lo que yo le pregunté, "¿pero te imaginas tú sientiendo lo que pueda sentir el perro?", "no, yo no me veo de perro, pero mucha gente sí. Hay muchos perros, perros de sus trabajos, de sus jefes, en sus parejas...". La diferencia, fundamental, es que esos perros en realidad son menos libres, porque son  sumisos de sus jefes, de sus parejas, de su situación... porque o bien no les queda otro remedio, o bien no tienen el arrojo para cambiar una situación que no les gusta. En cambio nosotros somos perros más libres, vamos y venimos porque queremos, queremos ser sumisos y nos esforzamos por ello. Como alguien dijo, "mis perros están mejor educados, tú los atas, yo los llevo sueltos".

Muchas veces los bedesemeros tenemos una doble vida, nuestra vida normal, y la BDSM, y así se lo planteaba yo a mi amigo, que me miró muy serio y me dijo, "¿Qué es eso de la vida normal? Esto que a ti te gusta también es normal, ¿por qué separas? Es como si un gay hiciese su vida normal y su vida gay, ¿no?". Realmente eso me dejó callado. ¿No estaremos nosotros mismos quitándole normalidad a lo que es completamente normal? ¿No estaremos enfrascándonos en el morbo de lo anormal, lo prohibido, en lugar de normalizar una situación y unos sentimientos?

Realmente, nunca iba a pensar que una conversación con una persona vainilla fuese a enriquecerme tanto como sumiso. "Pues me cuesta verte como sumiso, eres muy indisciplinado, para cumplir horarios, para estudiar...", me decía mi amigo, acertando de lleno en mi principal defecto como sumiso, en algo que tengo que mejorar y en lo que tengo que trabajar duramente. Y hablar en una sidrería, con mi mejor amigo, compañero de militancias políticas, compañero de juergas (muchas), de malos momentos (algunos), y de abrazos (muchos, soy muy abrazón y muy llorón, qué se le va a hacer), sin sentir necesidad de escondernos del camarero, que yo creo que alguna cosa escuchó, y no se mostró escandalizado, fue para mí el mayor ejemplo de normalidad del mundo.

Vamos a ver, que no estoy diciendo que haya que salir todos a la calle a gritar "SOY SUMI"/"SOY DOM", no estoy diciendo que haya que hablar de esto en cualquier sitio, en el trabajo o delante de la abuela que hace calceta. No. No hay ninguna necesidad de exhibirse inútilmente a las miradas de todo el mundo, porque eso nos puede acabar haciendo daño. No se trata de eso, pero sí de empezar a creernos, de una vez por todas, que somos normales. Empezar a comportarnos con normalidad. Evidentemente el entorno hace mucho, y del mismo modo que se lo conté a este amigo, y a algunos más, no se lo cuento a otros amigos, o a familia... Porque no todo el mundo tiene por qué saber lo que hago con mi sexualidad. Nadie lea esto como una invitación a vivir el BDSM a lo loco, no lo es. Pero quizá sí tenemos que empezar a abirnos más, a mirarnos a nosotros mismos con otros ojos. No sólo como comunidad, que también, sino como individuos. A modo de autoconsejo, quizá yo mismo deba dejar al lado los sentimientos negativos, la culpabilidad, los miedos, y ser, de una vez por todas, libre. Tan libre, tan libre, que me pueda poner cadenas, y que las cadenas me hagan aún más libre.




miércoles, 17 de octubre de 2012

Por primera vez.

Tiempo de matar y tiempo de sanar; tiempo de destruir y tiempo de construir. 
Eclesiastés 21:3:1

A veces uno piensa que las cosas son como son porque no pueden ser de otra forma. A veces hipernaturalizamos las experiencias, y así, somos incapaces de imaginar cómo serían nuestras vidas si fuesen de otra forma. Pero igual que nosotros tenemos la vida que tenemos, otras personas tienen vidas completamente distintas. A menudo, al pasar delante del monasterio de S. Pelayo, en Oviedo, miro hacia las ventanas de las celdas y pienso en las monjas. Pienso en cómo tiene que ser la vida de una monja de clausura, y pienso en qué es lo que puede llevar a una persona a llevar esa vida (porque hay mucha gente con fe, y no por eso se menten a monjas, y menos de clausura). Supongo que cuando oyen a la gente volver a casa de juerga pensarán lo mismo. Pensarán en qué pensamos las personas que pasamos por la calle y cómo serán nuestras vidas.

Yo también pensé que mi vida era precisamente eso, mi vida, que había otras, se podían vivir otras, pero la mía era la que era la que yo estaba viviendo, y no me imaginaba viviendo otra. Y en mi vida había muchas cosas, y una de ellas el BDSM, pero el BDSM consistía en, como digo muchas veces, hacerme una paja delante del ordenador. Cuando empecé a vivir el BDSM ya de una forma activa, a sentirlo realmente, pensé que mi vida era la misma, pero haciendo una cosa que hasta entonces no había hecho. Ein!! error. Poco a poco voy descubriendo que mi vida no es la misma, que mi mente no es la misma, y que hago las mismas cosas que siempre, pero que hay algo diferente en todo ello. Ese algo diferente es difícil de explicar. Es saber que hay algo más que el morbo, saber que hay un sentimiento nuevo, un sentimiento que te llena, al que cuesta ponerle nombre, pero que te hierve en las entrañas y te crece dentro, haciéndote feliz.

Y mi vida va cambiando poco a poco, y eso no siempre es fácil. Hay momentos perfectos, y momentos desastrosos, sentimientos que te llenan, y otros que te vacían por completo. Y eso es también bueno, por mucho que pueda doler. Es bueno vaciarte por completo, para poder llenarte de nuevo de cosas nuevas, y así poder avanzar, corregir errores y convertirte en la persona que quieres ser.

Hay un tiempo para avanzar, otro para parar, y espero que otro para seguir avanzando. Este quizá es un momento duro, un momento para parar, porque hay que saber hacia dónde se camina, si se quiere caminar.

Hay momentos en los que sólo se ve oscuridad, y la oscuridad nos ciega. Hay momentos en los que nada parece tener sentido, en los que parece que no hay salida. Pero siempre hay salida, si sabes dónde buscarla, porque cuando se cierra una puerta, se abre una ventana. Quizá no hoy, ni mañana, pero la fruta no madura en dos días, y hay que esperar lo que haya que esperar. Porque hay momentos en los que el mundo se viene abajo, y de esos momentos se sacan las fuerzas para volver a levantar el mundo, para levantarlo y reconstruírlo para que sea como tiene que ser.

Y eso es un trabajo de titanes, pero merece la pena, al menos intentarlo.





martes, 16 de octubre de 2012

Esconder la cabeza.

Cuando me empecé a interesar por el BDSM me llamaban poderosamente la atención los juegos de D/s. Desde lamer los pies de una Dómina despótica, a ser paseado como un perro, humillado, ridiculizado... No puedo ni hacer una aproximación de cuántas veces fantaseé con todo esto. Como suele pasar con la etapa pajillera, no le prestaba especial atención a todo lo que no fuese una puesta en escena morbosa y ardiente. Cuando empecé a adentrarme en e BDSM más allá de a paja delante del ordenador, empecé a caer en la cuenta de lo importante que es el respeto, el cariño y la ternura que hay detrás de esa puesta en escena. Empecé a valorar también lo importante que es sentirse ligado a una persona, entregarse, hacer aquello que hace que la otra persona se sienta agusto y, especialmente, orgullosa de ti. Pero subestimé lo importante que es en una relación D/s crecer uno mismo. No sólo por contentar a la otra persona, no sólo por ser ese sumiso ideal en el que todos soñamos con convertirnos, sino por lo importante que es crecer en sí mismo, lo importante que es mejorar para no dañarnos, para disfrutar del camino, y para hacer aquello que queremos hacer, y a ser posible, con la persona con la que lo queremos hacer.

En definitiva, desprecié el valor que tiene aprender, no ya como un medio para alcanzar algo (o  a alguien), sino por el valos de aprender y el valor de crecer.

Recientemente la persona que me guía me dio una valiosa lección en ese sentido, aunque fuese a costa de que ella tuviese que tragar con una situación desagradable. Conocer los límites físicos y mentales de uno es importante, pero es algo a lo que no se llega sin conocerse a uno mismo. Y uno siempre cree que se conoce mejor de lo que se conoce. Hace poco descubrí que debo afondar en el conocimiento, no ya de mis límites, sino de mis anhelos. Evidentemente sé, a grandes rasgos, qué es lo que quiero. Pero no sé qué es lo que implica, al menos no lo sé en profundidad. Sé lo que quiero hacer, pero no qué quiero ser.

Esta misma tarde leía en un artículo que para llegar a alcanzar la sumisión mental es necesarioa una buena dosis de introspección y de meditación en uno mismo. Esto es, saber mirar dentro de ti mismo lo que eres y lo que buscas. Esto, a priori, parece fácil, pero nada más lejos de la realidad. Porque cuando miras dentro ves cosas que te desagradan. Ves esos miedos que niegas, ves esos complejos que creías superados y aquellos pequeños traumas que prefieres obviar. Y está claro que así no se puede avanzar en una relación D/s, en ninguna relación, de hecho. Porque no puedes ser leal a nadie si no eres leal contigo mismo. Y negar aquello que te duele, obviarlo, es un acto de deslealtad contra uno mismo. Y si uno mismo no se valora, no se aprecia, ¿cómo puede esperar convertirse en un bien apreciado de su Dueña?

Así como en la sumisión sexual entregamos nuestro sexo, aceptamos la castidad, aceptamos los azotes, la humillación... en la sumisión mental hemos de entregar nuestra mente, y con ello, entregar nuestros sueños, nuestros miedos, nuestras miserias y nuestras viertudes al conocimiento de nuestro posesor. Ello sólo es posible con una alta dosis de confianza. Y es que es fácil confiar físicamente en alguien. Es fácil saber que la persona que tienes a tu lado no quiere dañarte, y, en consecuencia, no va a hacer nada que te dañe, pero confiar espiritualmente es más difícil. Es decir, no es tan fácil confiar aquellos miedos que pensabas que nadie podría entender a una persona y saber que no va a haber un juicio. No es fácil sacar a la luz aquellas cosas que a ti mismo te desagradan, y ponerlas delante de los ojos de la persona a la que precisamente quieres agradar, para que lo contemple y te acepte igual, a pesar de que no seas el sumiso que sueñas ser, porque el sumiso perfecto, el sumiso azul, no existe, porque sólo somos personas, con defectos, pero con virtudes. Y eso es lo que nos lleva a ser deshonestos, a mentir, o a decir medias verdades, a crearnos realidades paralelas, en principio más agradables que las realidades que vivimos. Eso es lo que nos lleva a maquillar la verdad, porque no nos gusta que nos miren sin maquillar, porque nos creemos feos sin maquillar. Porque no es fácil decirle a alguien lo que tú mismo no quieres ver, que eres simple y llanamente eso, un hombre sin más. Y cuando seamos capaces de verlo, seremos capaces de superar esas barreras que nosotros mismos ponemos delante de nuestro camino, creyendo que ponemos pedestales en los que subirnos.



jueves, 4 de octubre de 2012

Construir sentimientos.

Hace muy poco estaba discutiendo con una persona en la cuenta vainilla del Facebook sobre la necesidad de cambiar nuestros parámetros mentales a la hora de efectuar cambios sociales con calado de fondo. El tema versaba sobre política, y, en definitiva, yo sostenía que para crear una sociedad nueva (no tiene mayor aquél, tampoco, entrar en detalles) es necesario cambiar los parámetros mentales a todos los niveles, incluídos los afectivo-sexuales. ¿Qué quiere decir esto? Esto quiere decir que no veo nada viable una sociedad más justa, más libre, mejor, si no pasamos por la criba de entender las distintas opciones afectivo-sexuales.

Sí, bien, guay, esto del respeto y el entendimiento a las realidades afectivo-sexuales está muy bien, pero entre respetar las distintas realidades afectivo-sexuales y entenderlas hay un punto. Por ejemplo, yo siempre respeté la transexualidad, pero durante mucho tiempo no entendía por qué una persona era transexual. Es decir, no entendía que una persona necesitase tener unos genitales o un rol distinto, ¿por qué? Porque no entendía que yo mismo tengo una identidad de género, únicamente que mi identidad de género se correspondía con mi sexo genital, y por tanto no me generaba conflicto y la hipernaturalizaba, no siendo consciente de que tenía identidad de género.

Del mismo modo que es un error hipernaturalizar las identidades de género, o las identidades sexuales, es un error hipernaturalizar los sentimientos. Las relaciones sociales son constructos de las propias sociedades, y los sentimientos son, en cierto modo, una construcción. Así, la idea del amor romántico aparece envuelto en las ideas del romanticismo, del mismo modo que aparecen las ideas de la nación o el amor a ésta, del mismo modo que aparecen determinadas ideas de libertad individual que antes no aparecía... El amor del te quiero para toda la vida con todo el alma es una construcción que, en cualquier caso, no existió siempre. Del mismo modo que el amor caballeresco (ese Don Quijote que idealiza a Dulcinea y la sirve en gestas) es un amor que por un lado es resultado de una época y, además, de un grupo social determinado (la aristocracia, los campesinos no mostraban esas formas de amor, mostraban otras). 

Una cosa son los sentimientos, que son, digamos, inerentes a las personas de todas las épocas, lugares y culturas. Otra cosa es cómo interpretamos esos sentimientos, y esto es ya algo cultural, y por lo tanto, analizable desde distintas ópticas, algo que se puede mirar desde distintos prismas y vivir de distintas maneras. Nuestra sociedad occidental, como cualquier otra sociedad, construyó sus formas de relación y de canalizar los sentimientos y las pulsiones. Así la natural pulsión afectivo-sexual la canaliza a través de la pareja monógama y, a través de esta, de la institución del matrimonio, que se ajusta a las necesidades sociales y económicas de una cultura determinada. A través de esta realidad social constuímos una idea de amor de pareja, amor de padres, amor de amigos... establecidas sobre unos parámetros en principio inmutables.

En nuestras relaciones BDSM es muy importante entender la deconstrucción de los sentimientos que llevamos a cabo, pues una relación D/s no es una relación de paraja, pero tampoco es una relación de amistad. En ese sentido, ¿el sentimiento de sumisión o de dominación son sentimientos inerentes a la persona o construcciones? Bien sé que muchas personas defienden que su condición de sumisos o de Dominantes es natural (y diferenciar entre lo natural y lo cultural en una especie que, como la humana, es por naturaleza cultural, me parece un sinsentido), y no voy a negar este tipo de afirmaciones. Pero en última instancia, lo que uno tiene de manera natural no es tanto un sentimiento de sumisión como una serie de pulsiones sexuales (que le humillen, que le azoten...), que, aunque puede parecer lo mismo, no lo es. Cogemos esas pulsiones difíciles de explicar, animales, y las dotamos de un discurso vital, a través de nuestra propia razón y de una serie de discursos sociales que imperan. Si insistimos tanto en que las relaciones BDSM son libres no es por otra razón que porque somos hijos de la sociedad occidental y de las revoluciones burguesas, empezando por la Revolución Francesa, que establecen como principio máximo la libertad del individuo, la sociedad y el momento histórico que nos tocó vivir exige de nosotros respeto hacia la libertad individual, hacia la igualdad de género... No es así porque yo (oh, ser autosuficiente y auntocomplaciente, completamente al margen de la realidad que me rodea) crea en la igualdad porque soy muy majo, es que es un producto de la sociedad que me vino dada, y que resultó de una serie de evoluciones, choques y creaciones intelectuales anteriores a mi nacimiento. Cogemos, como decía, esas pulsiones animales y las dotamos de un discurso (del que tampoco yo soy el creador original, sino que bebo de otros) que es lo que, finalmente, llamamos dominación/sumisión. De hecho, aún está por estudiar si existen relaciones D/s en sociedades no occidentales (o no occidentalizadas). Quiero decir, sabemos que en todos los periodos de la Historia hay relaciones homosexuales (aceptadas o en la clandestinidad), pero ¿existen relaciones D/s (que no de maltrato, ni de dominación en el sentido vainilla de la palabra) en otras sociedades? ¿Existe algún masái, aimara, inuit o lapón bedesemero, o por el contrario el BDSM es un producto cultural de sociedades occidentales/occidentalizadas? (entiéndase que sociedades como la japonesa, son en realidad sociedades occidentalizadas, al menos en gran medida). Evidentemente es muy difícil de analizar, porque la sumisión que en muchas sociedades muestran las mujeres (de forma voluntaria, sin entrar a analizar qué es la voluntad) hacia los hombres no se puede considerar sumisión (en sentido BDSM), y ha de encuadrarse en una sociedad patriarcal. Esto es, que que un hombre en determinada situación, domine todos los aspectos de una mujer, puede ser dominación masculina (en el sentido BDSM) o mero machismo social. Es por ello que es tan difícil de analizar qué conductas son susceptibles de considerarse BDSM en sociedades que no son la occidental, o incluso en la sociedad occidental, pero fuera del entorno BDSM.

Esto es algo que pasa con todos los sentimientos. Cogemos la pulsión natural de abrazar, de besar, de sentir el cuerpo de una persona, la dotamos de un discurso ideológico y lo llamamos amor. Cogemos la pulsión natural de tener un apoyo, de no andar solos... la dotamos de un discurso y lo llamamos amistad. Cogemos la pulsión natural de perpetuarnos, de establecer una seguridad y la dotamos de discurso y la llamamos familia. Así, suma y sigue, este razonamiento vale para casi todo tipo de relaciones. Encasillar los sentimientos (las pulsiones) en un tipo de relación, sin duda es muy útil a la hora de establecer las reglas del juego que hacen posible el éxito de esa relación (somos novios y por lo tanto hacemos esto, y no esto otro, somos familia y por lo tanto hacemos esto y no esto otro, somos amigos y por lo tanto hacemos esto y no esto otro...), pero pretender hipernaturalizar este tipo de relaciones y no concevir nada más al margen, es algo que nos estrecha las mentes, y por lo tanto nos impide avanzar como sociedad hacia un mundo más libre. Porque la construcción de una sociedad alternativa pasa por la creación de un modelo alternativo de persona. Un modelo de persona integral.

Y esto es algo que, ya de manera intuitiva, ya desde un discurso elaborado, tenemos más o menos claro en la comunidad BDSM, pero como la comunidad BDSM no aspira a ser un gueto (aunque a veces lo disimula muy bien), es algo que debemos exportar al resto de la sociedad. Porque del mismo modo que la comunidad LGTBQ no se conforma conforma con exparder sus discursos en torno a la sexualidad (a la afectivo-sexualidad, por ser más claros) dentro de la propia comunidad, porque es consciente de que vive en un marco social superior a la comunidad, la comunidad BDSM creo que debe hacer lo propio. No se trata ya de que sea bueno o no para la comunidad BDSM, sino de que es bueno para el conjunto de la sociedad (del que también formamos parte). Es bueno porque enriquece los planteamientos de las personas, y porque aquellos que creemos que es necesario un cambio profundo en las sociedades, tenemos que entender que ese cambio ha de darse en las personas primero. Porque ¿si no somos capaces de ampliar nuestro espectro en cuanto a lo que se refiere al entendimiento entre personas, cómo vamos a ampliarlo en lo que se refiere al entendimiento entre sociedades?

viernes, 28 de septiembre de 2012

Escenografías.

Hace poco me puse a leer Cuadernos BDSM antiguos, que no conocía. Estuve leyendo precisamente el nº 1 (febrero 2007), un artículo firmado por Leo ("La sencillez de complicar las cosas"), en el que explica que el BDSM puede ser algo complejo y muy escenificado (supongo que se refiere en concreto a las sesiones), o algo más sencillo, de andar por casa. Estoy completamente de acuerdo con ella en que no se puede limitar la forma de cada uno de vivir el BDSM, por lo que tanto las formas más escificadas como las de andar por casa son igual de válidas. Si me preguntan a mí, personalmente me parecen más atractivas las de andar por casa, porque aunque un corsé, unas botas altas... me exciten profundamente, la cotidianidad del andar por casa me resulta especialmente real. Es decir, tengo la sensación de vivir algo más real si andamos por casa que si se hace una escena.

En cualquier caso, con excusa de este artículo, que me pareció realmente interesante, quería darle una vuelta de tuerca menos física a la dicotomía Escena Vs. Andar por casa. Me refiero con ello a las distintas maneras de evidenciar la sumisión (o la dominación, según desde qué lado se vea) en una relación D/s. En ese sentido es evidente que en el juego siempre hay escenificación, y ponerse a cuatro patas, por ejemplo, no es algo que uno haga desde la cotidianidad, sino desde la escenificación. Fuera del juego... Fuera del juego no se deja de evidenciar, en una relación, la dominación y la sumisión.

Recientemente, hablando con la persona que me guía en el BDSM, me decía que ella no necesita que un sumiso lleve un collar suyo, que el collar se lleva en el interior y que el sumiso ya sabe de quién es propiedad. Aunque personalmente la idea de llevar un collar con el nombre de mi Dueña (el día que decida tomar posesión de mí) es algo que me atrae profundamente (en nuestras vidas necesitamos a menudo escenificar, como escenifican los aficionados al fútbol que son de tal equipo llevando los colores, como escenifican los casados que lo son llevando anillos...), entiendo que llevar el collar en el interior es algo mucho más impotante que llevarlo en el cuello. En ese sentido, no pocas veces, los sumisos (y no pocos Amos) pretendemos escenificar algo cuando aún no se da. En ese sentido se está escenificando más un deseo que una realidad.

Está claro que una relación, del tipo que sea, ha de escenificarse. Quiero decir, está muy bien que yo me sienta sumiso de mi Dueña, y obre en consecuencia... pero además hay una serie de gestos que tienen como objeto únicamente demostrar, hacer ver, esa sumisión. Esta escenificación, que tiene el único fin de mostrarse sumiso o de mostrarse Dominante, es en sí, un ejercicio de sumisión o de dominación. Ejemplo, ¿de qué sirve ponerse de rodillas? Ponerse de rodillas sirve, únicamente, para mostrarte sumiso. ¿Eres menos sumiso cuando estás de pie? Evidentemente no. Ponerse de rodillas es una escenificación, pero es, a la vez, un acto de sumisión. Por ejemplo, si me ordenan ponerme de rodillas en una situación para mí poco agradable (en un lugar público, donde estoy sometido a las miradas), es en sí un acto de sumisión. Yo mismo, desde hace algún tiempo, siempre que estoy en presencia de la persona que me guía, he de beber en una pagita que lleva un pene de plástico (de estos de despedida de soltera). Evidentemente, cuando estoy con ella a solas, o con gente del mundo BDSM, este gesto es sólo un gesto, pues no me supone ningún esfuerzo. Cuando salgo a la calle y tengo que usarlo en un bar lleno de gente... El gesto ya cobra un valor más allá del simbólico, para ser un acto de sumisión en sí.



La pajita de la que bebo delante de la persona que me guía

De este tipo de escenificaciones y de gestos quería yo hablar. Hay gestos que pueden ser muy evidentes, por ejemplo, ir de una correa, y otros que pasan desapercibidos, por ejemplo, pedir permiso antes de levantarse al servicio. Ambos son gestos que evidencian (sea de forma notoria o discreta, pero en ambos casos, clara) la relación D/s. La carga fetichista y erótica de ir por la calle con una correa puede ser mucho mayor que la de pedir permiso para ir al servicio, pero no supone, a mi juicio, una entrega mayor que pedir permiso para ir al baño. Está claro que las dos cosas se pueden convinar, se combinar, y en un momento de juego, puedes escenificar tu sumisión de la forma más bizarra, más teatral y más fetichista del mundo... Pero también está claro que no siempre puedes hacerlo (me pregunto cuánto tiempo pasaría hasta que me parase la policía si ando por el centro de Oviedo en pelotas con una correa al cuello). En lugar de eso, siempre (o casi) puedes tener gestos de dominación o de sumisión de tipo cotidiano. "Evidentemente ―decía la persona que me guía― no te voy a decir que si tu madre está sentada a la mesa me digas 'Ama, ¿puedo ir al baño?', pero sí que esperaría un gesto", esos gestos y esas formas de mostrarte sumiso o dominante que, en ocasiones, nadie más nota. Evidentemente no va a decirme delante de un familiar, por seguir el ejemplo, "perro, a mis pies", pero sí que puede esperar a que sea yo quien le llene la copa o le retire el abrigo, escenificando así, sólo para los ojos que lo sepan ver, su dominación.

Con ello no quiero menospreciar los gestos más pomposos, que siempre son atractivos y que siempre forman parte del juego, pero sí que hay que revalorizar los gestos más sutiles, que, a menudo, hacen patente la dominación o la sumisión de uno en situaciones en las que, de otra forma no sería posible. Esta escenificación de baja intensidad, de andar por casa, puede resultar, además, sumamente excitante.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Pulsos, desilusiones y esperanzas.

Como sumiso tengo el deseo firme de satisfacer en todo lo que que espera de mí a la persona que quiero que algún día sea mi Dueña. Como persona tengo días mejores, días peores y días en los que me apetece mandarlo todo a la mierda (no me refiero al BDSM, me refiero a todo en la vida) y en los que me gustaría decir "voy a hacer lo que me sale de los cojones". En ocasiones todos entramos en contradicción, y las contradicciones de un sumiso son siempre complicadas, porque no son como las cotradicciones de las personas vainilla. No son iguales porque las personas vainilla tienen más capacidad de decidir lo que hacen. Evidentemente, todos tenemos gente ante la que responder, pero la necesidad de responder ante alguien, es mucho menor en una relación vainilla del tipo que sea (es decir, ya sea con una pareja, con un amigo, con el jefe...) que en una relación D/s. Eso es lo que hace que las relaciones D/s sean tan intensas, tan emocionantes, pero también lo que hace que puedan llegar a ser tan frustrantes. A uno le encantaría que un Ama estuviese siempre ahí para azotarle, estrujarle los testículos... y no tanto para indicarle que debe cumplir con sus obligaciones, para regañarle... o para tomar decisiones que a uno no le gustan. Como con la novia, como con los amigos, como con el trabajo... Uno disfruta de follar, de ir al cine o de quedarse en casa con la novia, pero le da por el saco que la novia le eche en cara que no pasa tiempo con ella o que deja la tapa levantada. Uno disfruta de salir de comediona con los amigos, pero le da por el saco cuando tiene que aguantar algún reproche (hay que decir que las de amistad suelen ser las relaciones menos exigentes, a tu amigo le da igual cómo dejes la tapa del váter o si te la meneas más o menos). Del mismo modo, uno prefiriría a veces más sesiones y menos regañinas. Pero del mismo modo que la diferencia entre una novia y una tía con la que follas y punto es que tenéis un proyecto en común, y por eso le jode que te dejes la tapa levantada o que no pases más tiempo con ella, del mismo modo que lo que diferencia a los amigos de verdad de los de tomar copas y punto son esos momentos en los que tienes que estar a las duras, lo que diferencia una relación D/s de una sesión es todo aquello que no es sesión. Cumplir las obligaciones, recibir las regañinas, tener que contar con la parte Dominante para cosas como irse a tomar una caña por ahí...



Sí, eso es lo que joroba de una relación D/s, lo que no es sesión. Pero también es lo que más te gusta. Sentirte verdaderamente dominado, sentir que hay un vínculo que te une a alguien, que va mucho más allá de la sesión. Alguna vez lo dije, yo pagué por sesiones a profesionales. Y disfruté... Y (sin ánimo de menoscabar a las profesionales) siempre volví a casa con una sensación de vacío, de pensar "sí, estuvo bien, pero ¿y qué más?" Ese "y qué más" es precisamente lo que hay fuera de la sesión. Y sí, fuera de la sesión hay regañinas, hay desilusiones ¿por qué no decirlo? No vamos a idealizar ningún tipo de relación, igual que los Amos también sufrirán desilusiones cuando ven que su sumiso no hace lo que esperan de él. Pero fuera de la sesión también hay sonrisas que valen un mundo, un guiño de ojos, una broma, confianza, cariño, y ese sentirse protegido y valorado por la parte Dominante.

Y ya que hablé de desilusiones, y hablando siempre desde el punto de vista del sumiso, sí, habrá ocasiones en las que un sumiso se sienta decepcionado con el Dominante (independientemente de las razones) y otras en las que se sienta desilusionado consigo mismo. Consigo mismo por no ser capaz de hacer lo que el Dominante espera de él. Y habrá ocasiones en las que el sumiso se sienta decepcionado con la situación. Es decir, momentos en los que el sumiso (y supongo que también el Dominante) piense "me gustaría estar viviendo otra cosa".

Y las personas tenemos la tendencia a que cuando las cosas no salen a nuestro gusto, intentamos forzar que salgan a nuestro gusto, lo que en ocasiones es una virtud y en ocasiones un defecto. Así, cuando como sumiso, intento forzar que las cosas sean como yo quiero esforzándome por dar más de mí, por hacer las cosas bien y disfrutar con ello, entonces es una virtud. Cuando intento que las cosas sean como yo quiero echando un pulso a la parte Dominante, intentando forzar sus decisiones, intentando (con o sin éxito) la dominación desde abajo, entonces es un defecto. Un defecto que puede dar al traste con una relación D/s, máxime cuando ésta está aún por consolidar.

Ahora bien, un sumiso puede intentar el engaño, el pulso, la dominación desde abajo conscientemente o sin darse cuenta. Un sumiso puede intentar hacer pasar por el aro al Dominante o simplemente puede que crea que está haciendo valer sus demandas, sus necesidades... y estar intentando, sin saberlo, hacer pasar por el aro al Dominante. La diferencia es de intencionalidad, pero como siempre digo, de intenciones no se vive. Una relación D/s (o del tipo que sea) no sale adelante nada más con las intenciones. Yo estuve haciendole un pulso a la persona a la que no debería hacerle pulsos. A la persona a la que nunca imaginé que haría pulsos, porque siempre pensé que no sentiría la necesidad de hacer pulsos a nadie, y menos a la persona que me guía.

¿Qué es lo que hace que un sumiso se comporte de esta manera? O mejor dicho, ¿qué es lo que hace que este sumiso se comporte de esta manera? Pues bien, supongo que la inexperiencia ayuda mucho a meter la pata. También las prisas y también la propia voluntad, el querer hacer lo que uno quiere (que es natural). Supongo que a veces pasa que uno desea con todas sus fuerzas ser dominado, estar a los pies de la que con todas sus fuerzas quiere que sea su Dueña, pero por otro lado no quiere renunciar a su propio ser, y aunque es cierto que nadie le está pidiendo que renuncie a su ser, que nadie espera eso de él (es más, quizá lo que se espere sea todo lo contrario), no puede evitar sentir que está renunciando a una parte de su yo vainilla. Quizá a la parte que está renunciando es a su egoísmo, quizá esté uno abandonando sus propias miserias, o eso es al menos lo que puede que tenga que hacer. Pero sí, nuestras miserias son una mierda, nos empobrecen, son un lastre que hay que soltar. Pero son nuestras. Forman parte de nosotros y, en parte, nos definen. Son nuestras miserias, más que nuestras virtudes, las que hacen que yo sea quien soy. Y M. puede ser, es, un zoquete, pero hace ya 28 años que lo llevo a mi chepa todo el día, y le tengo cierto cariño. Y M. no sería nadie sin guau-guau, y guau-guau es M., forma parte de él. Y guau-guau se esfuerza por mejorar a M., lo que implica, en parte, matarlo, para resucitarlo convertido en un nuevo hombre, porque el nuevo hombre (preconizaban los viejos leninistas) es un hombre libre de miserias.

Esas miserias son las que le echan un pulso a guau-guau, y con ello a la persona a la que quiero pertenecer. Pulsos en los que, manifiestamente, me opongo a ella. En los que abiertamente le llevo la contraria y busco forzar sus decisiones. Como si acaso yo fuese dueño de las mías, no ya por ser sumiso, sino por ser persona, pues creo que nadie es dueño de sí mismo, somos esclavos de muchas cosas, de las circunstancias, de los deseos, de los sueños, de los miedos, de la cultura, de la educación, de nuestras miserias... Y de ese sentimiento que brota en nuestro pecho, removiendo las vísceras con dolor al penetrar cada vez más adentro, dando, como los árboles al suelo, vida.

En uno de mis primeros post defendí que el BDSM constituye una sexualidad revolucionaria (olvidé quizá plantear que es una afectividad revolucionaria). La revolución constituye siempre confrontación. La confrontación de las ideas nuevas frente a las viejas, del que defiende el cambio frente al que defiende el inmovilismo... Y olvidamos, muy a menudo, que la principal revolución no se da ahí fuera (por ejemplo, no se da al hacer ver a los vainillas la normalidad de nuestra afectivo-sexualidad, o al menos no se da sólo ahí). La revolución se da a nosotros mismos, porque, como el Diablo, "somos legión", ello es, dentro de mí hay muchos yos y los intereses y las pulsiones de mis distintos yos a veces resultan antagónicos, y surge la lucha con uno mismo. Una lucha paradógica, en la que sólo yo puedo ganar, pero sólo yo puedo perder.


Aprender y avanzar, porque los pasos que yo doy hacia atrás acabamos retrocediéndolos los dos.