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miércoles, 12 de diciembre de 2012

Caminar.

A veces es casi un lugar común decir que cada uno vive el BDSM como mejor quiere/puede, y que mientras lo haga sin hacerle mal a nadie, está bien. Evidentemente estoy de acuerdo con esta afirmación, aunque, también evidentemente, hay cosas que comparto y cosas que no, cosas que me agradan y cosas que no, incluso cosas que me desagradan y a las que me opongo, y del mismo modo que cada uno es libre de hacer lo que quiera, cada uno es libre de decir lo que opina al respecto. Más allá de eso, que cada uno haga de su capa un sayo. Supongo que esto podemos aplicarlo a todo, no sólo al BDSM.

En muchas ocasiones cuando uno manifiesta una opinión firme sobre algo, tiene miedo a meter la pata, sobremanera cuando no se es un conocedor experimentado, con lo que se hace necesario ser modesto. No creo que la modestia tenga que llegar al punto de no manifestar las opiniones, ni al punto de manifestarlas con esa actitud que adoptan algunos, que casi parece que pidan perdón por opinar. Creo que se puede ser consciente de las propias limitaciones y no por ello dejar de ser firme en la defensa de lo que se cree. Lo peor que puede pasar es que te equivoques, y si tienes miedo a equivocarte, mejor no salir de tu casa. Eso no quiere decir que haya que ser prepotente y creerse en la posesión de la verdad absoluta, que no tenemos nadie, ni los neófitos ni los expertos (que alguien lleve 20 años practicando BDSM no quiere decir que lleve 20 años haciéndolo bien, por lo que el argumento de "llevo muchos años", en el BDSM como en otros aspectos de la vida me genera mucho rechazo).

Dicen que uno empieza a aprender cuando se hace consciente de lo poco que sabe. En ese caso, debo alegrarme, porque cada vez soy más consciente de lo poco que sé. Decir esto también es un lugar común, y es común oírlo/leerlo a gente que realmente no sabe tan poco (no sé si en un ejercicio de modestia o de afán de superación, o quizá ambas cosas). No es mi caso. Realmente últimamente me doy cuenta de lo poco que sé, y eso es bueno, porque me ayuda a aprender. Pero también soy consciente de que no aprendo a la velocidad esperable, y eso es malo. Y también me hago consciente de aquellos fallos que quizá no tuvieron consecuencias en su momento, pero acomulandose un fallo encima de otro, llegaron a tener unas consecuencias de las que ahora me lamento, dándome golpes de pecho lastimosos.



El mejor camino para avanzar no es lamentarse de las consecuencias de los fallos, sino lamentarse de los fallos, con indiferencia de cuáles sean las consecuencias. Uno debería lamentarse de los fallos incluso cuando éstos no tienen consecuencias. Por un lado no suele pasar que los fallos no tengan consecuencias, y por otro lado tampoco suele pasar que nos lamentemos de los fallos en lugar de lamentarnos de las consecuencias. Eso es algo que estoy poco a poco aprendiendo. Aprendiendo que el problema de hacerlo mal no es que los demás se den cuenta de que lo haces mal (sobre todo algunos demás, porque lo que piensen los demás no nos importa lo mismo según a quién nos refiramos), sino hacerlo mal. Del mismo modo, por mucho que nos guste que los demás se den cuenta de cuando hacemos las cosas bien (¿a quién le disgusta que le den una palmadita?), a veces nos cuesta alegrarnos de hacer las cosas bien por el mero hecho de hacerlas bien. Esto es, cuando haces algo bien y nadie se da cuenta, no piensas en lo que hiciste bien, sino en que nadie se da cuenta.

¿Estoy haciendo las cosas bien o mal? ¡Bufff! No sabría decirlo, y tampoco mi exhibicionismo emocional llega hasta ese punto.

En cualquier caso, estoy contento, contento de ir conociendo mis limitaciones, ¿qué mejor manera de empezar a superarlas? Contento de ir conociendo mis fallos, para intentar remendarlos, de ir teniendo miedos nuevos, y superándolos, de ir teniendo cada día más claro de lo que quiero. Sí, estoy lejos de conseguirlo, y eso me causaba desasosiego, pero quizá el fallo fue haber pensado que estaba más cerca y que era más fácil. Estoy lejos, pero creo que no me estoy alejando (como llegué a pensar), sino que según camino, me voy dando cuenta de que el viaje que parecía corto, va a resultar largo. ¿De qué sirve quejarse de que los viajes son largos? ¿No tiene más sentido aprovechar que el viaje es largo para disfrutarlo? Disfrutar de lo que aprendes, de lo que consigues, y sí, de las veces que te caes, que te haces daño, de eso también disfruto, porque disfruto de levantarme, disfruto de sobreponerme, y disfruto de seguir aquí, a pesar de las muchas veces que pensé que acabaría tirando la toalla, a pesar de las muchas veces que, de algún modo, llegué a tirarla. Porque pase lo que pase, tropiece las veces que tropiece, merece la pena seguir, porque ¿cómo iba a dejar de hacer lo que siento tan dentro?



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