«Todo tiene su
momento y cada cosa tiene su tiempo bajo el cielo. Tiempo de nacer, tiempo de
morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar; tiempo de matar, tiempo de sanar;
tiempo de destruir, tiempo de construir [...]».
Eclesiastés, 3,1
Hubo un tiempo para
inundarme de tus ojos azules,
otro para ahogarme en todos
tus silencios
y desesperarme, perdido de
Ti y de lo tuyo.
Hubo un tiempo que me
tuviste en tus dedos abedules
y otro en el que me
soltaste y volé en mis pensamientos
¡tan perdido! Con miedo y
frío, tiempo que rehuyo.
Un tiempo para escribir
versos grandes,
otro para escribir pequeños
versos.
Tiempos todos para creerte
y creer en esos instantes
que me dieron toda la
fuerza y la fe de los conversos.
Tiempos de arrodillarse y
levantarse,
de beber de tus manos en
cuenco
o de estirar de la cadena
para escaparme,
para recapacitar o para
vivir el momento.
Tiempo, siempre, siempre,
siempre
para sentirme cosa tuya,
nunca mía,
como cesto frágil de mimbre
al que la Artesana da forma
y vida.
Siempre con prisas,
exigencias y apremios,
ansias de ser tuyo, de
conquistar mis sueños.
Sé ahora que hay un tiempo
para esperar,
entender que no he de ser
quien marque los tiempos,
hacer de mi fe entrega
verdadera
y entregar con ella mis sueños
y alientos
a la única Diosa a la que
sé rezar.
Da igual el tiempo que haya
que esperar,
porque no es castigo, sino
premio, esta espera.
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