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jueves, 6 de junio de 2013

Un tiempo para esperar, un tiempo para luchar.


«Todo tiene su momento y cada cosa tiene su tiempo bajo el cielo. Tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar; tiempo de matar, tiempo de sanar; tiempo de destruir, tiempo de construir [...]».

Eclesiastés, 3,1

 

Hubo un tiempo para inundarme de tus ojos azules,
otro para ahogarme en todos tus silencios
y desesperarme, perdido de Ti y de lo tuyo.
Hubo un tiempo que me tuviste en tus dedos abedules
y otro en el que me soltaste y volé en mis pensamientos
¡tan perdido! Con miedo y frío, tiempo que rehuyo.
Un tiempo para escribir versos grandes,
otro para escribir pequeños versos.
Tiempos todos para creerte y creer en esos instantes
que me dieron toda la fuerza y la fe de los conversos.
 
Tiempos de arrodillarse y levantarse,
de beber de tus manos en cuenco
o de estirar de la cadena para escaparme,
para recapacitar o para vivir el momento.
Tiempo, siempre, siempre, siempre
para sentirme cosa tuya, nunca mía,
como cesto frágil de mimbre
al que la Artesana da forma y vida.
 
Siempre con prisas, exigencias y apremios,
ansias de ser tuyo, de conquistar mis sueños.
Sé ahora que hay un tiempo para esperar,
entender que no he de ser quien marque los tiempos,
hacer de mi fe entrega verdadera
y entregar con ella mis sueños y alientos
a la única Diosa a la que sé rezar.
Da igual el tiempo que haya que esperar,
porque no es castigo, sino premio, esta espera.



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