Cuando hace dos años empecé a escribir este blog, lo hice con la ilusión de
poder aportar algo al mundo del BDSM en Asturias. La ilusión de poder trabajar
desde aquí también para normalizar esta sexualidad (más allá de la definición
que podemos darle a la normalización,
y sin entrar en debates, por esta vez, sobre si esta normalización es necesaria
o no). Esa ilusión siguió permaneciendo durante estos dos años, pero cediendo
protagonismo a mis avances (o retrocesos, según cómo se mire y, quizá, según quién
lo mire) como sumiso y de aquí se fue abriendo paso un blog menos militante (si me permitís la expresión)
y más intimista, donde hablaba ya menos de mis opiniones respecto al BDSM y más
respecto a mis sentimientos hacia el BDSM y hacia personas, circunstancias y
situaciones concretas. Circunstancias muchas veces complejas (especialmente
desde un punto de vista emocional) y situaciones que fueron, en muchos casos,
muy muy gratas y en otros muchos casos no tan gratas. Estas últimas quizá sean
más, pero en ningún momento hacen que no haya merecido la pena, pues sí que la
mereció y la merece.
Un par de años (desde el verano del 2011) en los que fui conociendo gente
sensacional. De esa gente hubo quien salió de mi vida y quien se mantuvo en
ella. Hubo quien pasó ordenadamente y quien lo hizo desordenadamente. Incluso
hubo quien intentó aprovecharse de mis momentos más bajos para usarme de punta
de lanza contra otras personas (de esto ya hablé más de una vez). En cualquier
caso, unos más y otros menos, pero todos ellos dejaron en mí alguna huella.
Momentos lo hubo para todos los gustos. Momentos en los que mi único
pensamiento era mejorar, crecer, y ser el mejor sumiso que pudiese ser (qué
cojones, en cierto modo soñaba con ser el
mejor sumiso del mundo). Momentos en los que me apetecía tirarlo todo a la
basura, abandonar de una vez por todas el BDSM y dedicarme a una vida
exclusivamente vainilla que, sin duda, me iba a dar muchos menos comederos de
cabeza y, quien sabe si más más satisfacciones. Pero supongo que uno no puede
luchar contra sí mismo. Uno es lo que es, y siente como siente, y eso no se
puede cambiar (ni quiero cambiar quién soy).
Cuando empecé este blog sabía exactamente lo que esperaba de él. Hoy no sé
qué espero de este blog. No sé qué espero de este blog ni del BDSM. Y digo esto
y sé que va a pasar lo que pasa siempre que escribo este tipo de post, que las
personas que quieren usarme como punta de lanza contra otras personas me van a querer
arropar y me van a ofrecer su hombro
(es mil veces mejor que te llamen imbécil que que te traten como a un imbécil)
y que las personas que podrían decir algo (a veces un sólo gesto puede mover
mundos enteros) van a guardar un silencio sepulcral.
Nadie dijo que las cosas fuesen fáciles. Es verdad que en la vida la
mayoría de los caminos se andan en soledad, y que esta soledad puede ayudarnos
a conocernos mejor a nosotros mismos, y a conocer mejor a la gente que nos
rodea. A menudo las cosas parecen no tener demasiado sentido, y quizá sea que
no tienen por qué tener sentido. Quizá la locura sea buscarle la razón a todo,
cuando quizá deberíamos asumir que las cosas pasan, con una razón o sin razón
ninguna, pero pasan.
Lo que no puedo negar es que a lo largo de estos tres o cuatro años que
llevo en este mundillo sí que aprendí muchas cosas. Aprendí lo importante que
es la seguridad, la confianza en la otra persona, el saber qué te van a hacer,
conocer las prácticas tanto como tienen que conocerlas los Dominantes...
Pero también aprendí que el mantra que a menudo se repite en el mundillo,
«el BDSM te hace mejor persona» no es, en absoluto, cierto. Yo nunca vi el BDSM
desde un prisma espiritual (por no
herir sensibilidades diciendo pseudo-religioso),
sino como una sexualidad (o una afectivo-sexualidad, si queremos) alternativa. Y como tal, siempre me
despertó cierta sospecha esa afirmación. Hoy puedo decir que las personas que
vivimos el BDSM no somos peores que los demás, pero tampoco mejores. Nos
persiguen las mismas miserias y nos adornan las mismas virtudes. Si bien es
cierto que en los mundillos que a menudo se retroalimentan y no se abren
demasiado, los vicios siempre acaban por echar más raíces que las virtudes; y
es que la endogamia lo único que puede generar son estirpes hemofílicas y
micro-sociedades viciadas, colectivos suspicaces.
Desde luego, no seré yo quien dé lecciones a nadie sobre comportamientos
virtuosos. Hace tiempo que acepté que, como el resto de las personas, incluídas
las que leéis esto, yo también soy un cúmulo de miserias, e intento aprender a
vivir con ello, superando mis múltiples contradicciones del mejor modo que
puedo. Pero que yo no esté para dar lecciones a nadie no quiere decir que
acepte sin más las supuestas virtudes de las personas que vivimos en este
mundillo. Evidentetemente hay muchísimos bedesemeros cargados de virtudes
importantes, como la nobleza, la honestidad y la paciencia. Exactamente igual
que personas vainilla. Y del mismo modo, muchos bedesemeros carecemos de esas
virtudes. Ni que decir tiene que todo el mundo, bedesemeros y vainilla, dejamos
esas virtudes (cuando las hay) de lado más de una vez. Defitivamente, si algo
aprendí en este tiempo es a negar con rotundidad ese mantra de que el BDSM nos
hace mejores personas.
Aprendí y aprendo. Aprendí que en un mundo efímero, con una vida efímera
que dura unas pocas décadas, no podemos pretender que las personas que nos
rodean y sus afectos sean para siempre. Nada es eterno, y los afectos vienen y
van, a menudo antes de que uno se pueda siquiera dar cuenta. Y esto es así en
cualquier aspecto de la vida, también en el BDSM. No sé cuál será mi camino en
el BDSM (si es que tiene que haber un camino en el BDSM, porque en la vida uno
puede andar estos caminos o puede andar otros), pero poco a poco se van
vislumbrando los que no van a ser. Algunos de ellos nunca se postularon como
posibles caminos, ni nunca los deseé (¿será posible que aún tenga que aclarar
que no es mi camino hacer la guerra a nadie?, pues seguramente tenga que
repetirlo más veces). Otros fueron caminos deseados, de la mano de manos
deseadas, pero que por hache o por be no fueron una realidad, y con el tiempo
dejaron de ser un deseo. Y otros... Otros no sé si van a ser o no.
En cualquier caso, se anuncian tiempos oscuros. Tiempos de andar a tientas.
No pasa nada, no es imprescindible ver el camino para avanzar (especialmente
cuando no sabes qué camino escoger o si el camino tiene algún destino). Lo
único realmente importante es caminar, avanzar, hacer lo que te dicta la
conciencia, aunque sea una putada. En cualquier caso será un camino en soledad
(por lo menos en gran parte), porque lo que está claro es que uno sólo puede
aceptar la compañía de quien le considera su compañero, y porque los caminos
más largos casi siempre se hacen en soledad.
En otras ocasiones cuando presumía que se acercaba un camino de soledad, lo
decía con tristeza, con una amargura que me comía por dentro. Hoy no. Hoy toca
decirlo con resignación y, por qué no, con naturalidad, el camino es largo,
incierto y solitario. ¿Por qué? Para eso no tengo respuesta, pero es un hecho
que día sí, día también, vengo constatando.
No sé lo que vendrá, pero sea lo que sea, será.