Pincha y entra. ¡Hay que frenarlo!

viernes, 15 de febrero de 2013

Cambios.


Hace muy poco tiempo decidí dar un pequeño cambio a mi aspecto físico. Un cambio que no tiene mayor importancia, aunque las cosas casi nunca son lo que parecen. Recientemente hablaba con algunos buenos amigos precisamente sobre el aspecto físico, y sobre la importancia de la imagen, o la importancia de no juzgar a la gente por la imagen... Bueno, siempre surgen pequeños matices que son el quid de la discusión. La cuestión es que tras esa discusión, al conocer mis pequeños cambios, una de esas personas se sorprendió mucho, y me comentó que era un poco contradictorio con lo que yo había dicho el día anterior. Y apostilló que aquel era un gran cambio.

Realmente no estoy en condiciones de decir si es un cambio (mental, no físico) grande o no, supongo que con el tiempo lo sabré. Lo que sí sé es que, grande o pequeño, sí que supone un cambio. O al menos, yo sí que busco un cambio. Busco, principalmente, el cambio de aprender a meterme en la piel del otro, y en la piel de esa persona que día a día estoy construyendo, que, por definición, es una persona distinta a la del punto de partida. Esa persona que desea ser sumiso, que es sumiso. Pero que siendo sumiso, desea ser más sumiso. Y poco a poco voy convenciéndome de que para ser más sumiso, poco a poco tengo que ir despegándome de mi propio ego. De mi propio egoísmo, y en cierto modo, de mis propios deseos. No quiero decir con esto que un sumiso deje de ser persona, de tener deseos, inquietudes, necesidades... No, lo que quiero decir es que en cierto modo creo que ser sumiso implica a renunciar a ciertas cosas de uno mismo, como la cabezonería, las ganas de tener siempre la razón y de salirse con la suya.  E implica abrazar otras cosas, como el deseo honesto y desinteresado de servir a la persona elegida, no por lo que esa persona luego te recompense, sino por el servicio y la sumisión en sí. Una sumisión que, desde luego, no hay que darle a cualquiera, sólo a la persona que demuestra día a día, y con hechos, merecer esa sumisión.

Esa sumisión que a menudo yo mismo no demuestro merecer dar, porque para recibir Dominación, también hay que ganárselo día a día y con hechos, aunque eso no siempre es fácil de ver y de asumir.

Como decía, un pequeño cambio físico que, a priori, parece ir en contra de mis propias ideas, de mis propios pensamientos. Desde el primer momento que me acerqué al BDSM dije que por nada renunciaría a mis principios. E intento cumplirlo, aunque en el BDSM como en la vida misma, no siempre es fácil mantenerse fiel a los principios, y a veces se sale uno del camino. Pero en este caso, hacer algo con lo que a priori no se estaba de acuerdo, no implica ni cambiar de idea, ni renunciar a los principios. Implica conocer otras miradas, otras formas de ver las cosas, para depués decidir si se cambia de idea o no. Y sobre todo, implica entender que las razones de las personas que te importan valen especialmente porque esas personas te importan. Y si hay que adaptarse a estas razones, aunque sea de una forma tan simbólica como realizar un pequeño cambio físico, para adaptar tu camino al camino que quieres caminar, creo que es un paso adelante y un logro. No es una derrota cuando no ganas una batalla, es una victoria si te hace ganar humildad y te ayuda a conocerte.

Y en este camino que anduve, no pocas veces pequé de sobervia, quizá desprendiéndome de algunas de las cosas que quiero (como determinado aspecto físico) consiga desprenderme de mi sobervia. Quizá, igual que me miro con mi nuevo aspecto y descubro que me gusta, y que me siento bien, descubra que desprendiéndome de mi soberbia me siento bien, más sumiso, mejor sumiso. Y sobre todo, más cerca de hacer lo que de verdad quiero. Entregarme.

No es fácil, claro que no. No es fácil para el caballo dejar que le pongan la silla, aunque desee que lo cabalguen y desee la caricia del jinete. Pero finalmente, con cariño y con dureza, el caballo aprenderá a ser dócil, y disfrutará de ello.

Aún es pronto para decirlo, pero quizá tenga razón  la persona que me lo dijo, y este sea, si no un gran cambio, el principio de un gran cambio. Eso espero.


Imagen: Sumiso.

viernes, 8 de febrero de 2013

Cuando echen la última palada de tierra.

Cuando echen la última palada de tierra
sobre mi cuerpo inerte y putrefacto
alguien me tendrá que explicar esta guerra
que llevo años librando contra mí mismo,
como un legionario de Roma, duro e insensato,
cruel, suicida, mentecato, alimentando el abismo
que separa mis sueños irreales de la realidad
insoñable, inalcanzable, incomprensible, triste.
La que separa mis sueños de los de tus ojos marinos,
en los que siempre intuí mis mundos mudos, de lealtad,
sumisión y entrega que no te di, como tú misma viste.

Alguien me tendrá que explicar la incongruencia
de volar arrodillado a tus pies, atado de tu cadena,
y caer atrapado cuando vuelo, sin sentido ni elocuencia,
insensato como un Ícaro suicida, despeñado en la pena.

Y alguien tendrá que decirme
cómo fui tan loco, tan subnormal
como para romper la cadena que, firme,
me ataba a ti, guardándome del vendabal
de penas, inseguridades, tristezas y sentimientos lacrimosos.

También de ojos lascivos, violentos, intrusos, impudorosos
que quieren arrancarme de mis manos tuyas,
atarme un collar anónimo y dejarme más roto,
aún más roto, con mis llorosas entrañas abiertas,
olvidando que sólo son tus pies, y no los de otro,
los que necesito besar, ante los que me necesito postrar,
sin los que no soy perro, sino sólo hombre,
hombre solo, sin sentido, ni rumbo, ni hogar.

Cuando echen la última palada de tierra
hay algo que nadie me tendrá que explicar.
Que en los cielos de tu rostro la mirada fue siempre tierna
y nunca hubo crueldad, por lo que jamás podré expiar
las veces que contra ti pequé, la penitencia en el pecado,
sin caer en que era tu cadena todo lo que había soñado.

Yo fui quien me hizo llorar,
quien te hizo sufrir,
quien te va a necesitar,
quien no te quiso mentir.

Cuando echen la última palada de tierra
sobre mi cuerpo inerte y putrefacto
he de llevar puesto sólo mi collar de perra,
buscarte en la otra vida, si no en ésta, con mi olfato
y mi sentimiento canino, y poderme tender
a tus albos pies luminosos, como soñé ayer.


    Imagen: Ver fuente.

lunes, 4 de febrero de 2013

Hoy sólo voy a compartir un sueño que tuve. No sé por qué lo voy a hacer, pero lo voy a hacer.



Decidí dedicarme a recolectar perlas, y lo decidí únicamente por hacer algo con mi vida. En una pequeña barca, en la inmensidad del mar, con un traje de neopreno y una pequeña bolsa de red donde iba dejando lo que recogía. Me zambullí en cuestión de segundos en el agua y buceé hasta el fondo, donde pude ver una ostra grandísima. Metí mi cuchillo entre las lapas de la ostra para abrirla, casi sin aire en los pulmones. Sentí su voz. No podría reproducir las palabras exactas, pero era un reproche. Así no. No. No.

Cuando quise darme cuenta tiró de mi mano, sacándome de debajo de mi cama, en mi traje de neopreno, envuelto en sudor y lágrimas. Ahora no decía nada. Me miraba. Yo no sabía por qué, pero me miraba, sólo eso, me miraba con una expresión seria y los ojos clavados en mí, fijamente.