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miércoles, 24 de agosto de 2011

BDSM, un pensamiento revolucionario.

Cuando uno alcanza la fuerza necesaria para decirle a una persona vainilla (sea un amigo, sea una novia o quien sea) que es sumiso, tiene miedo de que piense «meca, a este tío le gusta que le peguen, que le hagan cosas raras y que le anulen como persona». Y la anulación como persona es una idea que, a juzgar por lo que se lee por la web, no está asentada sólo en las cabezas de los vainillas, también bedesemeros, Dominantes y sumisos, parecemos reproducir esa idea estereotipada (y que tanto vende en la literatura erótica y en la pornografía) del sumiso que lo deja todo, todo y todo por su Ama, que asume acríticamente lo que su Ama le dice (que mi Ama me manda hacer algo inmoral, es mi Ama, lo hago).

Siempre he tenido fantasías sumisas, pero cuando me empecé a interesar por el BDSM más allá de la pajilla delante del ordenador, me empezaron a asaltar ciertas dudas. Y es que siempre he sido una persona comprometida con ciertos ideales políticos (no me apetece especialmente abrir debates políticos en este blog, pero es cierto que forma parte de mi vida de una forma muy intensa, de tal modo  que yo no saco mis ideales una vez cada cuatro año para votar, sino que guío mi vida a través de ellos, como carril ético). Así, una persona que como y siempre defendió los ideales de libertad, de justicia social y de igualdad plena (no sólo legal), ¿cómo podía después interesarse por una forma de vida fuertemente jerárquica y desigual (en cuanto a que los roles del Dominante y el sumiso parecen claramente definidos y desiguales).

Pero no en vano, la cultura BDSM surge en sectores homosexuales en una época en la que ser homosexual era un acto de rebeldía, cuando no de isurrección social y moral (hablamos de un país como los EEUU donde existe el concepto de sodomía, que en muchos estados es delito). Y se va desarrollando en unos sectores sociales que, viviendo al margen de la sexualidad socialmente aceptada (esto es, viviendo al margen de la sociedad sexual) establecen una confrontación rupturista. Me refiero a que la Old Guard no reivindica que la mayoría social tiene que aceptar al colectivo BDSM, sino que reivindica un espacio propio, pero separado, incluso confrontado (en el sentido de que la Vieja Guardia no acepta ninguna forma parcial de vivir el BDSM, ni swich, ni relaciones esporádicas...). Si hiciésemos un estudio de antropología comparada con otros movimientos que cogen fuerza en los 80 y en el mundo anglosajón, no nos costaría mucho encontrar paralelismos entra la Vieja Guardia y el movimiento punk en Inglaterra (el rupturismo de los jóvenes punks con respecto al conjunto social, y el discurso de crear un espacio propio y diferenciado) o el nacionalismo negro  en EEUU (aunque aquí no cabe hablar de mundo anglosajón por más que sean estadounidenses, claro), especialmente el más radical (figuras como Malcolm X o James Farmer, que reivindican, a diferencia de Luther King, una identidad de pueblo negro, que no de estadounidenses).

Este estudio comparativo, que yo sepa, está por hacer, y en parte es normal, visto cómo se acostumbra a separar los movimientos de reivindicación sexual de otros movimientos (como si el movimiento feminista pudiera separarse de la revolución española del 37, o como si el movimiento punk fuese ajeno al movimiento LGTB). Y no es casual que tanto en el nacionalismo negro, como en el movimeinto LGTB o el movimiento punk, las posturas más rupturistas apareciesen en épocas cercanas (los benditos 70-80).
Evidentemente ahora estamos en el s. XXI, y las propuestas BDSM están muy lejos de aquella Vieja Guardia, estrictamente homosexual, que no aceptaba la identidad swich ni entendía que una relación D/s se pudiese circunscribir únicamente al ámbito de la cama. Incluso estamos muy lejos de aquellas propuestas del que muchas veces se llamó feminismo radical (que honestamente poco o nada tienen que ver con el feminismo), y otras, más acertadamente, se llamó superioridad femenina de Sutton.

Hoy nos encontramos a menudo con un problema, por un lado muchos Dominantes y, sobre todo, muchos sumisos, demandan una servidumbre real y total (a menudo el término total desaparece cuando baja el calentón), pero por otro lado el concepto de libertad es un concepto tan arraigado en nuestra sociedad que nadie, ni Amos ni sumisos, están dispuestos a saltárselo. Algunos resuelven la papeleta con la idea (para mí vaga y ambigua) de que el sumiso es libre para abandonar la libertad. Es una idea vaga en cuanto a que si es libre para abandonarla, también es libre para recuperarla, por lo que realmente nunca se abandona (si quiero obedecer, no abandono mi libertad). Surge el miedo (especialmente en aquellas personas que fuera del BDSM podemos tener una vida vindicativa activa) de que el BDSM se convierta en tiranía consentida (lo que va contra nuestros principios vindicativos) o que nuestras ideas vindicativas conviertan nuestras inclinaciones BDSM únicamente en un juego de cama, sin mayor transcendencia. La mayor comercialización como objeto de consumo de la cultura BDSM (o mejor dicho, de un sucedáneo de esta cultura) no ayuda precisamente a solucionar esta papeleta de forma exitosa.

Ni soy un experto en BDSM (estoy empezando esta andadura, y más en un plano teórico que práctico, muy a mi pesar), ni soy un experto en antropología comparada (ni comparada ni no comparada), ni tengo unos conocimientos teóricos que me permitan iluminar a nadie (más al contrario, estoy sumido en la oscuridad de la ignorancia). Pero tengo para mí que a pesar de que estamos en el s. XXI y a pesar de que, a diferencia de nuestros correligionarios de los 80, no buscamos la confrontación con el mundo vainilla, existe una separación lo suficentemente grande como para entender que el BDSM no sólo supone una tendencia sexual, sino una subcultura. Y como toda subcultura, tiene un cierto grado de confrontación con la cultura mayoritaria, que tiende a ser excluyente.

¿Qué quiero decir con esto, en cristiano? Quiero decir que, nos guste o no, somos los raros, esos del sado, que corren el riesgo de ser perseguidos, ridiculizados, penados (quizá no en España, pero sí en otros países, como les pasa a otras minorías sexuales). Quiero decir que la sexualidad mayoritaria es hererosexual, heterocéntrica, vainilla y androcéntrica (cuando no abiertamente machista y homófoba), y esto conviete a cualquier sexualidad alternativa en, precisamente, una sexualidad alternativa. Esto es, en una sexualidad minoritaria y, sobre todo, minorizada, perseguible y, en consecuencia una sexualidad en resistencia (en esta línea es interesante conocer las tendencias LGTB más alejadas de lo políticamente correcto, que plantean la vivencia de la sexualidad como una construcción de un discurso sexual combativo, con ideas originales como las que se desarrollaron en Salamanca con la Marica B@rroka, o las visiones feministas más combativas que plantean la lucha de género como un pilar fundamental de la lucha de clases). Es nuestro movimiento, el movimiento BDSM, un movimiento fundamentalmente liberador, en cuanto que deconstruye la sexualidad como la conocíamos y plantea una confrontación con el discurso sexual mayoritario. Es un movimiento liberador en cuanto a que nos permite urgar en lo más profundo de nuestros oscuros y pecaminosos deseos y exponerlos como un constructo sexual. Es, un movimiento que rompe con la realidad tal como la conoce la mayoría de la sociedad, y por ello es un movimiento revolucionario (podríamos hablar de la revolución sexual que reivindican tanto el movimiento feminista, como el LGTB, estrechamente ligados entre ellos y estrechamente ligados, sobre todo éste último, con el BDSM). Lo que quizá sería útil y bueno, es que nosotros mismos no entremos en la rueda del BDSM de los vente duros (el de páginas para pasar el rato y no profundizar más) y adquiriésemos conciencia de que la sexualidad es un constructo ideológico, susceptible de ser examinado y expuesto desde la conciencia sexual, una conciencia que, si no queremos convertirnos en una secta de alienados, debe ser libertadora.